AMADO OLMOS (1918 – 1968)
Nace en Rosario, en 1918. En 1945, adhiere al naciente peronismo. En 1946, se traslada a Buenos Aires y comienza a trabajar en un laboratorio, donde muy pronto sus compañeros lo designan delegado, por entonces del Sindicato de Trabajadores de Industrias Químicas, pues aún no se ha creado el Sindicato de Sanidad. Este último se funda recién en los años 1948-1949, siendo Olmos su primer Secretario General. Su conducta inquebrantable, como así su creciente capacitación, lo constituyen muy pronto en figura importante del sindicalismo. En 1954, es elegido Diputado Nacional por el peronismo de la provincia de Buenos Aires. Como tal, manifiesta su oposición a los convenios petroleros que el Poder Ejecutivo se encuentra tramitando con la empresa norteamericana California.
Una vez derrocado Perón, integra “la resistencia”. En junio de 1956, al intentarse el levantamiento dirigido por los generales Valle y Tanco, Olmos es detenido, pasando varios meses en las prisiones de Caseros, Rosario y Bahía Blanca. En los primero meses de 1957, recupera la libertad.
Al reorganizarse los gremios, cesando las intervenciones militares, bajo la presidencia de Frondizi, es elegido nuevamente secretario general de “Sanidad”. También, en ese año, permanece un tiempo preso en la Penitenciaría Nacional.
Por entonces, persiste en su lucha gremial pero trasciende la misma cuando reflexiona sobre la estrategia política a seguir por el movimiento obrero. Así lo hace en el periódico “Relevo”, en 1960, impulsado por Eduardo Astesano y otros compañeros y luego en “Voz Justicialista”, del cual Olmos es el director.
Así se manifiesta también en la conferencia –luego folleto- titulada “Los trabajadores, la conducción política y su hegemonía en la lucha por la Liberación Nacional. Planteos, esclarecimientos y definiciones. Los mariscales de la derrota”, (1959).
Allí sostiene: “… El peronismo fue derribado del poder desde el poder mismo. No fue un movimiento de masas ni el malestar del pueblo, sino la red sutil de los intereses económicos extranjeros que aspiraban a dominar a nuestra economía como en general dominaban nuestra cultura, lo que arrastró tras de sí a los pequeños grupos de acción que darían los golpes gestados. Fueron militares en rebeldía contra la voluntad de las urnas y contra sus propios juramentos, disciplina y reglamentos, los que apoyándose en los políticos venales, cobardes o simplemente, maliciosos o ignorantes, prepararon la caída de Perón… El peronismo comenzó a debatirse entre la lucha o el renunciamiento a la misma… Cuando Perón abandona el país, los únicos que no renuncian no tienen con qué luchar. Son las masas populares y aquellos fieles dirigentes que se confunden con las mismas… Un nuevo y viejo peronismo pugnan por expresarse. Nosotros no pretendemos un partido de clase que sería, en última instancia, la negación del Justicialismo, pero sí exigimos la hegemonía en la dirección táctica del Partido. No pueden sobrevivir en la dirección del Partido, los Mariscales de la derrota… El Peronismo es el vehículo revolucionario de esa Argentina que se nutre en las grandes mesas laboriosas y en los ‘cabezas negras’: esa es su grandeza y su vigencia. Quienes pretenden desdibujarnos, quienes quieren complicarnos con el régimen y convertirnos en otro apéndice del mismo, esos no pueden estar a nuestro lado, esos no pueden llamarse peronistas… Las banderas de la Soberanía Política, la Justicia Social y la Independencia Económica, las salvamos cuando toda una clase de dirigentes las habían abandonado. Ese es nuestro mérito histórico”.
En 1962, cuando el gobierno convoca a elecciones para legisladores y gobernadores, para el 18 de marzo, integra una delegación de cinco gremialistas que convencen a Perón de la inconveniencia del “votoblanquismo”, abriendo así el camino al gran triunfo electoral del peronismo, aunque las elecciones son luego anuladas. Con motivo de esa anulación de elecciones, Olmos sostiene: “Aquí tenemos que dividirnos entre los entreguistas y los que no queremos entregarnos. Entre los que están con el imperialismo y los que somos antiimperialistas, entre los que queremos el país y los que están en contra del país… ¿Quiénes quieren defender la soberanía? Los que estamos aquí presentes. ¿Quiénes quieren entregar la soberanía? Los que hoy mandan cerrar las puertas para que nadie pueda escuchar la palabra del pueblo, escuchar verdades, aunque no sean bien dichas. No permiten entrar a la bancada justicialista y lo denuncio públicamente”.
Durante la presidencia de Illia, al producirse el conflicto entre Perón y Vandor, Olmos se coloca junto al líder, convirtiéndose en el orientador de las “62 de pie junto a Perón”, cuyo secretario general es José Alonso.
En esa época, estrecha relaciones políticas con John W. Cooke, intentando consolidar una izquierda dentro del peronismo. Su figura crece notablemente dentro del movimiento sindical, asumiendo claras posiciones revolucionarias: “Hay dirigentes gremiales cuya mentalidad no da para más y como hijos del capitalismo, siguen obedientes a sus viejos padres, y buscan la solución en este sistema liberal capitalista… Los trabajadores no quieren soluciones por arriba… Quieren el sindicalismo integral, que se proyecte hacia el control del poder, lo cual asegura el bienestar del pueblo todo. Lo otro es el sindicalismo amarillo, imperialista”.
En 1967, preguntado acerca de si postula un partido obrero, contesta: “Eso del partido obrero es un sambenito que me han colgado. El periodismo ayudó mucho a ello… Lo que manifesté en mi conferencia fue que exigía, sí, le hegemonía en la conducción táctica del movimiento peronista… lo cual no significa que sean los dirigentes quienes detenten esa hegemonía, pues hoy no están representando a las bases… Insisto en la necesidad de esa hegemonía, pero ejercida por elementos surgidos desde abajo y que no estén comprometidos”.
Al finalizar 1967, Olmos se ha constituido en el único capaz de obtener la confianza de todos los trabajadores confederados. Su preocupación por el funcionamiento democrático del sindicato, por los compañeros presos, así como su interés por encontrar la salida política a la lucha del movimiento, lo convierten en el hombre indicado para ocupar la secretaría general de la CGT, en el próximo Congreso Normalizados, a realizarse en marzo de 1968. Los sectores combativos se expresarán a través de él, e inclusive el vandorismo, deberá resignar posiciones y aceptar su conducción. El delegado de Perón, Fernando Alberte, un militar que se ha izquierdizado en el ejercicio de su función, juega también decididamente a favor de Olmos como secretario general.
Pero, como dice el poeta, “la vida tiene sus trampas, porque la vida es así”: el 27 de enero de 1968, sufre un accidente automovilístico cuando se dirigía hacia Villa María, en la provincia de Córdoba. El rodado choca violentamente y Olmos es expulsado del mismo, golpeando su cabeza contra un mojón de cemento, que le produce la muerte inmediata. Pierden así, los trabajadores, a un gremialista excepcional que, por serlo, nunca tuvo a su favor a la prensa, a la radio, ni la televisión del sistema. Silencia en los diversos ámbitos, solo la muerte pudo frustrar su trabajo gremial y político, realizado “desde abajo”, para que los trabajadores pudiesen dar pelea por una Argentina mejor.
Fuente: FACUNDO CERSÓSIMO Y CECILIA FERRONI – LOS MALDITOS – VOLUMEN I – PÁGINA 109. Ediciones Madres de Plaza de Mayo