Para empezar, no serán los ciudadanos empoderados los que salvarán al pueblo. Seremos los trabajadores y las organizaciones de trabajadores.
A fines de la dictadura fueron Ubaldini y su CGT los que se pusieron los lompa, en los 90 fueron la CTA y el MTA, en el 2001/2002 las organizaciones de trabajadores desocupados y precarizados y los movimientos sociales (los mal llamados piqueteros) y hoy nuevamente seremos los laburantes y nuestras organizaciones.
Mal que les pese, la CGT unificada es hoy la única herramienta de lucha del pueblo. Podemos discutir a su conducción, al triunvirato, dar una puja interna como la dan los Moyano, Palazzo y hasta el MASA, pero desconocer a la Confederación y llamar a desafiliaciones masivas como hacen muchos progresistas desconcertados es el error más grotesco que podemos cometer. “Tomemos” mil atriles, pero siempre ahí, dentro de la marcha de los trabajadores.
Dicho esto, vale la pena decir que el siempre seductor llamado a la “unidad” del campo popular que emana de los más variopintos sectores parece ser perorata charlatana. Cristina nos habla de reunir 4 o 5 puntos programáticos en común y caminar juntos, incluso aceptando correrse de futuras candidaturas; pero quienes la rodean se esfuerzan por chocar la calesita de la unidad. Y es que al progresismo ilustrado de sillón y café le sirve mostrarse como la única oposición y tachar a la CGT de transa, acuerdista y pajera, pero la realidad supera la ficción.
Cuando Cristina dice que con Moyano lo une la esperanza no habla de dos sujetos determinados, habla de dos sectores del campo popular, e incluso de los subsectores circundantes. Cuando Cristina dice “nos une la esperanza” habla de un camino juntos de la CGT y el peronismo bonaerense. Ese caminar se está dando, le pese a quien le pese, pero evidentemente muchos se esfuerzan por cerrar las compuertas de la unidad.
La noticia de la semana es el “acuerdo” entre la CGT y el gobierno por la reforma laboral. Al macrismo le sirve decir que acordó con la CGT y al kirchnerismo progre sectario también; pero nada de eso pasó. Tras semanas de lucha, negociación y disputa, lo que aconteció fue una reunión entre el Ministerio de Trabajo y la Confederación en la que se aceptó enviar al Congreso (no apoyar, solo enviar al Congreso) un proyecto de ley. ¿Qué proyecto de ley? ¿El que anunció Macri en su jornada de exposición de reformas integrales? Ni en lo más mínimo. La lucha de los compañeros de la CGT, silenciosa pero férrea, logró que se elimine del proyecto la tercerización de servicios de transporte, limpieza y seguridad en las empresas, se eliminó la categoría de “trabajador independiente”, se eliminó la reforma de la filosofía de pares iguales que buscaba Macri manteniendo el espíritu tutelar del derecho laboral, se eliminó la idea de excluir las horas extras en los cálculos indemnizatorios, se dio de baja la idea de crear un banco de horas para limitar el pago de horas extra, se eliminó el fondo de cese para que los trabajadores paguen sus propios despidos, se eliminó la baja de las contribuciones patronales y se agregó la ampliación de las licencias por paternidad y otras licencias.
¿Con esto basta? Eso lo tendrán que decidir los diputados y senadores que tienen la responsabilidad de votar el proyecto. Si me preguntas a mí, no hacía falta ninguna reforma y la estrategia adecuada era la de Pablo Moyano y Catalano: rompamos todo pero que no se presente ningún proyecto. Pero ahora bien, ¿podemos decir que los triunviros transaron? Obvio que no, si se quitaron del proyecto los puntos más regresivos para los laburantes y se ha logrado mantener la filosofía protectoria de nuestro derecho laboral, columna vertebral en el espectro jurídico del modelo sindical nacional que nos legara Perón.
¿Entonces por qué tanto progre basureando a los compañeros?
Por último, vale la pena preguntarnos por qué en grandes sectores de la población no hubo gran impacto al recibir la noticia de la reforma laboral. ¿Será que la reforma que planteó Macri consistía en formalizar situaciones laborales que ya están masificadas en la informalidad? ¿Será que tengamos que autocriticarnos y plantearnos que ni siquiera el gobierno de Cristina alcanzó para que los laburantes estén ampliamente cubiertos por las leyes protectorias? ¿Será que sencillamente a casi nadie le pagan las horas extra, aunque lo diga la ley? ¿Será que muchos de los dirigentes que hoy se horrorizan con la reforma laboral no tenían ningún problema en darle contratos precarios en el Estado a sus empleaduchos cuando ellos eran funcionarios de altas oficinas con aire acondicionado y sueldos de 45 lucas?
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