La pandemia puso al descubierto con crudeza el estrago que el neoliberalismo causó a los Sistemas Sanitarios del mundo. El SARS 2 se escapó de la precaria vigilancia epidemiológica y no hay respiradores ni personal sanitario que alcance para contener la ola. Hoy son pocos los que dudan de la necesidad de volver al Estado como garante de la salud de la población.
En Argentina contamos con una ventaja, el virus llegó después del 10 de diciembre. El Gobierno actual privilegia la salud de su pueblo por sobre las “necesidades de no perder ganancias” de las grandes corporaciones. Aunque además de heredar un país con una profunda crisis económica, también recibió al Sistema Sanitario en Terapia intensiva.
El problema no se resuelve solo con respiradores. Hay una crisis estructural mucho más profunda que atender. El negocio que el sistema mercantil hizo de la salud a nivel global. El lucro con las enfermedades ha sido muy rentable para el capitalismo, que luego de la caída del muro de Berlín, impuso en este terreno la lógica depredadora del libre mercado sin ninguna resistencia. Somos rehenes de las grandes corporaciones farmacéuticas. Con la imposición de tratados de libre comercio y avaladas por las leyes que les permiten usufructuar las ganancias de las patentes de los fármacos, nos imponen los mismos a cualquier precio.
La mercantilización de la enfermedad es un entramado que comprende desde la producción científica y la formación de los profesionales de la salud, hasta la propaganda orientada al consumo de atención médica y medicamentos.
Con la irrupción de la pandemia, el Gobierno nacional impulsó la cuarentena para contener la circulación del virus. Un intento de aplanar la curva y robustecer el sistema público maltrecho luego de años de desfinanciamiento y destruido durante el macrismo: ampliar el número de camas, de respiradores, entrenar los recursos humanos, conseguir el escaso material de protección. El plan se puso en marcha y avanzó con éxito.
Pero no es todo. El sector privado de la salud, que durante los últimos 40 años fue creciendo y concentrándose, hoy agoniza. De golpe se vio despoblado. Sus “clientes” dejaron de concurrir a las clínicas por temor a contagios y por las reestructuraciones que los sanatorios se vieron obligados a adoptar. Los servicios privados están vacíos y en crisis. Una crisis que arrastran desde los últimos años del Gobierno de Macri, por aumento de los costos y por la incapacidad de pago de su principal financiador: la seguridad social (obras sociales, PAMI)
La seguridad social también está en la cuerda floja. Las Obras Sociales Sindicales tienen sus cajas vacías luego del huracán macrista. La baja en la recaudación por la caída del salario, más el aumento desproporcionado de los insumos, los medicamentos y las prácticas médicas, fue un cóctel explosivo. A esto hay que agregarle el lastre que arrastran desde que el menemismo abrió la puerta a las prepagas y ARTs, que descremaron y desfinanciaron al sistema solidario, para derivar el aporte de los trabajadores hacia el negocio financiero.
¿Cómo llegamos a esto?
Durante los gobiernos peronistas del 46 al 55 se consolidó uno de los mejores sistemas de salud pública del mundo. Tan grandes fueron los cambios impulsados en esta área, que se necesitaron muchos años de contrarrevolución para desarticularlos.
La obra sanitaria del Dr Ramón Carrillo fue la “revolución de la capacidad instalada”. Se dotó al Estado Nacional de la infraestructura necesaria para atender las demandas reales de la población y para universalizar el acceso a la salud. Durante esos años, además, se puso el foco en los problemas que exceden al Sistema Sanitario y a la atención de la enfermedad, como el acceso al agua, la educación, la alimentación, el control de animales vectores, etc, dando origen a la Medicina social. El peronismo construyó un andamiaje estatal fundamental para obtener la Soberanía Sanitaria: producción pública de medicamentos y desarrollo de investigación y tecnología al servicio del mismo.
Con el tercer Gobierno peronista vinieron los intentos del Ministro Liotta de incorporar la seguridad social en un Sistema Único Integrado de Salud. Luego, las ideas revolucionarias de Floreal Ferrara: profundizar construyendo un sistema en donde el pilar no fuera el Estado paternalista y asistencial, sino la propia comunidad con la Atención Primaria de la Salud como eje. Los enfrentamientos entre distintos sectores de peronismo en aquella época convulsionada, no permitieron avanzar demasiado.
Todo esto se desmoronó desde 1976 en adelante y no pudo volver a reconstruirse. Ni siquiera con los logros del Gobierno kirchnerista y muchas de sus políticas que pusieron paños fríos en un sistema desarticulado, fragmentado y corroído por la avaricia financiera.
Con el quiebre del tejido industrial que ocurrió durante la dictadura, las Obras Sociales comenzaron a desestabilizarse. El menemismo completó la tarea con la ley de desregulación de OS y el ingreso de las prepagas y ARTs. Al mismo tiempo, achicaba el rol del Estado descentralizando a provincias y municipios y desfinanciando la salud pública. Así fue creciendo el sector privado, y aquí, como en la ley de la selva, los más grandes se comieron a los pequeños. Hoy es altamente concentrado: grandes sanatorios y clínicas, con aparatología de punta y costosa, que tienen que poner a trabajar para amortizar la inversión. Mientras tanto, los ciudadanos (clientes) somos rehenes muchas veces, de estudios invasivos y medicamentos innecesarios: chequeos “de rutina” sin justificación probada, endoscopías, resonancias y polisomnografías muchas veces sin criterio, polimedicación, uso desmedido de medicamentos muy caros y no siempre más efectivos.
En la otra punta del espectro está el hospital público, sin tomógrafos, sin camas, con el turnero colapsado. En la otra punta los centro de salud comunitarios, tratando de emparchar con recursos casi nulos la salud de los pobres. Sin programas masivos para prevenir la obesidad, la malnutrición o el tabaquismo que luego llevan a polimedicar a todo el mundo. En la otra punta están el Chagas, la Tuberculosis o el Dengue. La falta de agua potable, la contaminación ambiental y las barrearas de acceso a la atención.
Reconstruir nuestro Sistema Sanitario es más complejo que aumentar el número de camas ante una epidemia. Requiere enfrentarse a grandes corporaciones y resolver el problema de la fragmentación en subsistemas.
Una breve síntesis de cómo abordarlo, está en la respuesta a estas preguntas:
¿Quién brinda la asistencia sanitaria?:
Robustecer la salud pública, el único sector del sistema que puede garantizar la cobertura universal y una visión integral de los problemas sanitarios. Centralizar el financiamiento y la rectoría desde la Nación para achicar la brecha de desigualdad entre los distintos territorios provinciales.
¿Quién financia la salud?
Además de aumentar el gasto público y disminuir el gasto de bolsillo individual (que es causa de inequidades profundas), también es prioritario reorientar lo recaudado por la seguridad social. Volcar el ahorro de los trabajadores hacia el sistema público. Desalojar del sistema a los parásitos de las prepagas y ARTs.
¿En que se invierte?
Hoy el grueso del gasto en salud va a parar a los medicamentos y a las prácticas tecnológicas. Sin descuidar la importancia de asegurar el acceso equitativo a la alta tecnología y medicamentos de última generación que muchas veces se necesitan, hay que cambiar esa concepción de la salud. Derivar los recursos hacia la medicina social y preventiva. Descentralizar la práctica asistencialista nucleada en el hospital y dirigirla al interior de la comunidad. Invertir en promoción de la salud a nivel estructural, en prevención y vigilancia epidemiológica. Desarrollar la producción estatal de medicamentos y financiar la investigación científica que nos permita la independencia y soberanía sanitaria a la hora de hacer frente tanto a una pandemia, como a los problemas endémicos aún no resueltos. Orientar la formación de recursos humanos hacia la Atención Primaria de la Salud: hacia los equipos multidisciplinarios de atención comunitaria y abordaje familiar, desde y con la comunidad.
Para sacar del respirador a nuestra salud, necesitamos de un poder político sustentado en el apoyo popular. Consciente de que la batalla debe darse contra la estructura del sistema y que implica una verdadera Revolución que quiebre el orden previamente establecido. Son muy poderosos los intereses a enfrentar: la corporación farmacéutica, los mercaderes privados, los seguros financieros, la colonización cultural de nuestras Universidades y centros de formación y hasta los intereses de algunos sectores de la burocracia sindical sobre el control de las obras sociales.
Convertirnos en un país soberano en materia sanitaria será una lucha feroz contra enemigos despiadados que no están dispuestos a perder sus privilegios. Lo bueno de la pandemia, es que les va sacando las caretas.
Por Laura Gastaldi. Médica especialista en Medicina Interna. Auditora médica en Obra Social Sindical. Referente de Patria y Pueblo – Izquierda Nacional
Fuente: Iniciativa Política
Los objetivos están. me temo que sin una gran movilización popular esto va a ser muy dificil.
El estado puede incentivar y desarrollar mucho los conocimientos sobre la salud( vacunas , medicamentos y tecnología)y lo está haciendo.
Va a realizar cambios en la infraestructura hospitalaria.
Va a avanzar en la atención primaria de la salud.
Pero me temo que hasta ahí no más, a menos que un gran sector del trabajo sindicalizado, acompañe la movilización del resto del pueblo para obtener el resto de los objetivos enunciados.
Es necesario que cada uno de nosotros tomemos conciencia de los privilegios que tenemos en materia de atención de la salud, los reconvirtamos en gestos y acciones solidarias, con el objeto de lograr los objetivos enunciados un Sistema Único Integrado de Salud, integrado con una Atención Primaria de la Salud, que le de a dicho sistema único un soporte racional de uso de los recursos económicos y humanos