*Por Gustavo Ramírez
El Gobierno, a través de distintos funcionarios, insiste en golpear a los sindicatos como artífices del atraso productivo que la propia gestión Cambiemos se encargó de desmantelar. El Ministro de Trabajo, Jorge Triacca, expresó que “muchos se guían por convenios escritos en la década del setenta”.
“No adecuan sus convenios o formas de producción a la realidad tecnológica, del conocimiento y de los procesos productivos que tiene la Argentina hoy”, insistió el Ministro de la restauración neoliberal. El eufemismo es utilizado como un latiguillo representativo de la voluntad “liberal” de dejar todo en manos del Mercado, aun los derechos laborales.
La estrategia gubernamental es instalar, por diversos mecanismos y canales de comunicación, la idea de que se necesita una transformación en la reglas laborales para que el país puede adaptarse a las demandas productivas de los “inversores”. Ello subvierte y estafa las conquistas sociales obtenidas a lo largo de la historia por el Movimiento Obrero.
Los acuerdos convencionales se modifican de acuerdo a los cambios tecnológicos y productivos de cada actividad. Lo que equivale decir que en la medida que las relaciones laborales se transforman el Movimiento Obrero adapta sus convenios colectivos al proceso presente de su propia actividad sin resignar conquistas sociales. Lo que dice el Ministro, lo que pretende Cambiemos, es que los trabajadores seamos la variable de ajuste en la apertura del mercado.
No es difícil de comprender. La destrucción del tejido social implica la descomposición del esquema de comunidad organizada del estado de bienestar. Si las organizaciones sindicales son el pilar fundamental de dicha base de organización social el gobierno apunta a corroer y fragmentar a las mismas. La campaña anti-sindical orquestada por la Casa Rosada y propagada por los agentes oficiales de comunicación empresarial es un intento de quebrar la resistencia más sólida que éste Gobierno tiene hasta el momento.
Mientras busca legitimidad en las urnas opera en las sombras para meter presión sobre los sindicatos. El ejemplo brasilero cunde aunque distintos funcionarios del Ejecutivo traten de negarlo, como niegan tantas otras cosas. La ley de flexibilización laboral contiene en su germen el virus de mercado que destruirá el flaco Movimiento Obrero del país hermano.
En este contexto, el Comité Central Confederal de la CGT, adquiere un trascendencia más que relevante, no sólo ante la posibilidad de favorecer las condiciones objetivas para generar un plan de lucha a largo plazo, sino también para observar hacia donde se desplazará el propio Triunvirato. Las tensiones internas se podrán ver reflejadas en el debate del 3 de octubre. Los márgenes de maniobra comienzan a ser estrechos si se hace hincapié en el diagnóstico.
El Gobierno ya desplegó su agenda para después de octubre. No sólo por los aumentos salvajes que se avecinan. También por la imperiosa necesidad ir hacia reformas estructurales como la previsional, la fiscal y la laboral. Reformas que nada tienen que ver con modernizar el Estado, ni generar el terreno para que “lluevan inversiones”. Estos cambios representan la voluntad del capital financiero.
Es difícil creer que un Gobierno que pulverizó la industria nacional con apertura descontrolada de importaciones, que sumió al país en una cadena interminable de deuda para favorecer la bicicleta financiera, que pretende hacernos creer que inaugurar comedores comunitarios es apoyar a micro emprendedores, que interviene sindicatos, que usa a las fuerzas de seguridad para dirimir conflictos laborales y sociales, puede pensar a favor del empleo digno en beneficio de la masa de trabajadores.
El desafío de la conducción sindical de la CGT es abandonar el terreno del equilibrio permanente y buscar el consenso interno para fortalecer los lazos de unidad que constituyan una resistencia vertical y permanente contra un gestión de gobierno que pretende llevarse puesto todo avance gremial. La mayoría de los dirigentes coinciden en el diagnóstico político, social y económico. La diferencia para estar en los métodos de acción. Para ello estará el Confederal. Pero comienza a tallar otra discusión y es la busca un liderazgo al frente de la Central Obrera.
Claro que el problema no es de carácter sindical, gremial. Es político. La oposición política ha intentado de prescindir de la construcción unívoca del Movimiento Obrero. Aun cuando existan en distintas listas dirigentes sindicales que las integran. La inclusión de los trabajadores no se da en un conglomerado electoral solamente. Es preciso que el proyecto de país nacional popular nos soslaye a los sindicatos. Es necesario recomponer la fortaleza de un bloque social que ha potenciado y garantizado la justicia social, la independencia económica y la soberanía política.
El llamado de unidad no puede estar dado sólo a una porción de adherentes para alcanzar una meta electoral, que es también necesaria. Tiene que ser un llamado inequívoco a la reconstrucción nacional pero esta vez con la CGT adentro como actor de garantía clave. Es un proceso complejo pero no imposible si existe la decisión política de llevarlo adelante, sin caprichos ideológicos y sin posturas marginales. No se trata de preservar la salud de los enfermos. Se trata de invertir el actual proceso coyuntural para que no perdernos en nuestras propias desventuras mientras el Gobierno se comporta como un asesino amable demasiado cerca de lo real.
*Director Periodístico de AGN Prensa Sindical / Periodista de La Señal Medios/ Radio Gráfica: Palabra Sindical, Terapia de Grupo/ “El Taller”.
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