Mitos y claustros. El autor de “Intelectuales, peronismo y universidad” analiza la relación entre el gobierno justicialista y la academia.
Publicado originalmente en la Revista Zoom
En diversos temas la historiografía argentina fue desmintiendo falsedades y develando omisiones. Se dijo que la Revolución Justicialista era una dictadura, pese a que llegó al poder por medio de las urnas en las primeras elecciones libres desde el año 1930 y que fue derrocada por un brutal golpe de Estado en 1955. Se sostuvo que el desarrollo económico de la etapa era el mero resultante de los altos precios internacionales y no de un plan de gobierno planificado y consciente. Más allá de ésta lectura simplista, quedó demostrado que la Revolución impulsó un importante crecimiento y desenvolvió Planes Quinquenales legando al país una industria básica y la fabricación de autos, barcos o de energía atómica. Se acusó a Perón de ser afín al partido nazi, en paralelo a que el mandatario reconoció al Estado de Israel y existió plena libertad de cultos durante la década de gobierno. Se difamó al sindicalismo peronista por ser supuestamente “nuevo” y manipulable y por ser conducido demagógicamente, pese a que nunca los obreros consiguieron semejantes derechos sociales en Iberoamérica y desde el 17 de octubre de 1945 la CGT es un factor sustancial de poder político. Estos mitos fueron develados como falaces por la historiografía y por la lucha política de los argentinos.
En el caso de la universidad siguen existiendo un sinfín de mentiras, de errores historiográficos y de ocultamientos. La historia oficial de la universidad se organizó por parte de los dirigentes de los partidos socialistas y de la UCR a partir de 1955 y de 1983. El planteo de dichos pensadores sostiene que el peronismo fue un movimiento “antiintelectual” e incluso algunos llegan a manifestar que en lo referente a las casas de altos estudios fue autoritario y policial.
Durante las últimas décadas varios trabajos de investigación demostraron que la etapa fue fructífera en las ciencias aplicadas y en las ingenierías y que la Revolución introdujo una democratización social en el ingreso con la sanción de la gratuidad en el año 1949. Pese a éstos últimos avances en la construcción de un registro histórico más real y menos tendencioso de la cuestión, siguen existiendo deficiencias y omisiones para interpretar la universidad peronista.
En particular, en el universo de las ciencias sociales se sigue repitiendo como supuesta verdad incuestionable que la “edad de oro” de disciplinas como la filosofía, el derecho, la historia, las letras o la sociología surgió en 1955. La historia oficial escribió que antes del golpe militar no existían intelectuales o que sus aportes eran prácticamente inexistentes y que recién con la dictadura se abría una etapa de desenvolvimiento y de progreso de las ciencias sociales.
Algunas causas del ocultamiento
Los partidos socialista y radical dijeron que el peronismo era autoritario en la universidad con la finalidad de justificar los cargos que les dio la dictadura. Si lo anterior era “malo”, tendrían el derecho de acometer ilegalmente los espacios de la institución con acuerdo castrense. Los socios civiles de la dictadura de 1955 asumieron sus cátedras sin concurso, como parte de un acuerdo político con los responsables del sangriento golpe de Estado surgido del bombardeo de junio. No es casualidad por eso, que la universidad argentina calló cuando se derogó la Constitución Nacional, se intervino la justicia, se produjeron los fusilamientos de 1956 o se aplicaron masivas persecuciones y violaciones de los derechos humanos. La universidad que los historiadores liberales o reformistas denominaron “edad oro” se impuso con las armas, no con los libros o por intermedio de concursos docentes.
Un sector de la izquierda nacional sostuvo que el peronismo no tuvo programa académico consistente, ya que la universidad habría estado en manos de la iglesia y del nacionalismo. No es real que la iglesia manejaba la universidad y está documentado que la institución era plural como bien lo expresan la existencia de los docentes Carlos Astrada, Juan José Hernandez Arregui, Carlos Cossio, José Balseiro, Alfredo Pucciarelli, José María Rosa, Diego Luis Molinari u Homero Mario Guglielmini. Por otro lado, la iglesia y el catolicismo tuvieron y tienen grandes figuras de la cultura como son los docentes Arturo Enrique Sampay, Hernán Benítez o José Enrique Miguens o los intelectuales de la envergadura de José María Castiñeira de Dios, Leonardo Castellani o de Nimio de Anquin.
Sectores del mismo justicialismo destacaron que Juan Perón habría opacado a los intelectuales y académicos y citan como referencia sus diputas del mandatario con Arturo Jauretche o con Arturo Sampay. Si bien es cierto que Perón es un intelectual y que en su Movimiento político existieron fuertes discusiones, tampoco se puede negar que hubo cientos de pensadores y de hombres de la cultura sin los cuales no se podía haber desarrollado la Revolución.
Además de las tres causas mencionadas, hay otras dos que ayudan a comprender el ocultamiento y las omisiones a la verdad. La primera tiene que ver con el hecho de que si se aplicaban las ideas e iniciativas de los pensadores y los académicos del peronismo de los cincuenta, hoy la Argentina podría ser un país soberano en el terreno económico, político y cultural. Los estados centrales y la oligarquía interna destruyeron las instituciones de la Revolución y en la universidad expulsaron a los docentes, silenciaron sus ideas y ocultaron sus obras.
El segundo aspecto se origina en que los poderes oligárquicos se propusieron negar la existencia de pensadores ligados a los partidos políticos o a los sindicatos argentinos. Frente al supuesto “vacío” intelectual, nombraron en la conducción de la política pública a los representantes de los grupos económicos extranjeros (tecnócratas).
La universidad peronista
La universidad del peronismo se diferenció de los modelos académicos liberales y reformistas, aunque tomó aspectos de ambas tradiciones.
Función social
La universidad peronista le otorgó una función social a la institución en el universo de los estudiantes, de los docentes y de los nodocentes. A diferencia del liberalismo, favoreció el ingreso a la educación de los jóvenes humildes con la sanción de la gratuidad y con las becas. La Revolución permitió la cursada de los trabajadores con los horarios nocturnos de la Universidad Obrera Nacional (UON).
Los docentes de la universidad consiguieron derechos como son la carrera docente o a la dedicación laboral de tiempo completo.
La Revolución le otorgó participación política a los trabajadores en la conducción académica. La UON tenía un rector vinculado a la CGT y en el año 1974 el peronismo le otorgó derecho a intervenir en el gobierno de la universidad a los nodocentes.
Función productiva
La Revolución consideró a la independencia económica como la base de la soberanía política argentina. En este contexto, el peronismo impulsó activamente la ciencia y la cultura nacional en los sectores público y privado, tanto en universidades como en la Comisión Nacional de Energía Atómica, el Instituto Antártico o en Fabricaciones Militares.
La Revolución estimuló la capacitación industrial y en oficio con la escuela técnica. En el terreno de la educación superior apoyó activamente la ciencia aplicada y la regionalización de las funciones de docencia y de investigación. El peronismo impulsó la federalización de la educación con la apertura de diversas sedes de la Universidad Obrera Nacional, que ofertó carreras de ingeniería ligadas a los objetivos de los Planes Quinquenales en el terreno ferroviario o aeronáutico.
Función nacional
El peronismo apoyó la cultura nacional y subsidió el cine argentino, sancionó una ley de medios de comunicación que obligó a transmitir música del país y democratizó el acceso al teatro a la masa popular. En todos los casos se consideró que el folclore y demás representaciones de la cultura popular tenían que integrarse a una nueva conciencia nacional en desarrollo.
La Revolución consideró que las universidades tenían que nacionalizarse en sus contenidos y perspectivas teóricas. Con esta finalidad, las instituciones debían crear carreras en torno de las particularidades y de las demandas sociales y productivas de cada región. Las investigaciones tenían que contribuir a conocer los recursos naturales estratégicos y las potencialidades científicas argentinas. En el terreno de las ciencias aplicadas y del desarrollo tecnológico el avance fue notable y el país desplegó emprendimientos industriales y energéticos de histórica envergadura.
En el universo de las ciencias sociales y humanas fue una etapa fructífera en todas las áreas. En derecho enseñaron prestigiosos intelectuales y docentes como Arturo Enrique Sampay, Humberto Podetti o Carlos Cossio quien organizó la llegada al país de Hans Kelsen. La filosofía tuvo desarrollos fundamentales en las obras de los profesores Coriolano Alberini, Juan José Hernández Arregui, Carlos Astrada o Rodolfo Agoglia y en el año 1949 se organizó en Mendoza el encuentro de filosofía más importante de la historia del país. En el año 1955 nació la carrera de psicología en la Universidad del Litoral y durante la etapa Juan Pichon Rivière -quién dictaba cátedra en la UBA-, impulsó el nacimiento de la psicología social argentina. La asignatura sociología estuvo a cargo del filósofo marxista Juan José Hernández Arregui y de dos figuras fundamentales para la académica nacional que son Alfredo Poviña y José Enrique Miguens. La enseñanza de la historia estuvo dictada por profesores como Diego Luis Molinari, José María Rosa o Enrique Barba.
Estos y otros cientos de intelectuales y de docentes consolidaron una etapa fundamental de las ciencias sociales argentinas. Lamentablemente para la ciencia y la cultura iberoamericana, muchos de ellos fueron expulsados ilegalmente por una dictadura en acuerdo con un grupo de civiles.
Los intelectuales peronistas
El peronismo tuvo diversos intelectuales en todos los ámbitos de la vida nacional. Muchos de los pensadores de la Revolución Justicialista trascendieron más por sus obras, que por sus libros o por su actividad docente. Algunos se abocaron a la tarea tecnológica y a la gestión científica del desarrollo de la industria militar (Ing. Juan Ignacio San Martin), siderúrgica (Ing. Manuel Savio), la obra pública (ing. Juan Pistarini) o la energía atómica y la ciencia básica (José Balseiro).
Eminentes docentes y funcionarios universitarios consolidaron importantes acciones en el terreno del derecho (Enrique Sampay), la economía (Ramón Cereijo) o en medicina (Ramón Carrillo).
Numerosos escritores e intelectuales acompañaron al peronismo como fue el caso de Manuel Gálvez que integró la Junta Nacional de Intelectuales o el historiador nacionalista Ernesto Palacio, quien se distanció luego del peronismo. Figuras prestigiosas del campo de la cultura acompañaron con críticas, encuentros y desencuentros a la Revolución, como son Raúl Scalabrini Ortiz, Castiñeira de Dios, Jorge Abelardo Ramos, Manuel Ugarte, Arturo Jauretche o Carlos Astrada.
A diferencia de los mitos difundidos por la historia oficial del campo intelectual y de las universidades está demostrado fehacientemente que el peronismo tuvo un programa universitario que permitió grandes avances en todos los terrenos de la vida académica y científica.
Asimismo, la Revolución Justicialista fue acompañada por pensadores que desarrollaron la tecnología y la industria argentina, que refundaron la salud pública y que legaron grandes aportes teóricos en el universo de las ciencias humanas y sociales.
Que grande Recalde