Cuarenta y cinco años atrás, Perón intentaba que Montoneros abandone las armas, mientras el ERP multiplicaba ataques. Moriría pocos meses después, sin lograrlo.
El viejo líder, después de 18 años de largo exilio, volvía a su tierra a concretar la tarea inconclusa que le reclamaba la historia. Lejos de los bajo cero de Madrid, iba a vivir su último enero en un clima político de los más calientes que tengamos memoria.
El pensamiento de Perón volaba mucho más lejos de los conflictos de aquel enero. había convocado a un grupo de intelectuales y estaba trabajando en el Proyecto Nacional, un conjunto de ideas para construir una nación para los próximos cien años. Le decía en un reportaje al periodista Henry Raymont: “Se ha iniciado en el mundo una crisis (…) están convirtiendo la tierra en basurales, en cloacas los ríos, no hay agua potable, el oxígeno se va también enrareciendo, han destruido los bosques. (…).Lo primero que hay que hacer es llegar a un acuerdo universal para la preservación ecológica de la tierra. Si no hacemos eso seguiremos destruyendo”.
Hoy resulta un lenguaje familiar, pero en 1974, ningún líder político planteaba la lucha por los recursos y la preservación ecológica. Planteaba la necesidad de preservar las culturas nacionales, y la unidad continental para hacer frente a la universalización (que hoy llamamos globalización). Le preocupaba el desafío científico-tecnológico y el nuevo rol de la mujer.
Todo en auge. Entretanto, la economía vivía un momento de auge: la inflación había pasado del 31% en el primer semestre de 1973 (gobierno militar), al 0,8% en los seis meses de gobierno de Cámpora y después de Perón. El dólar de 15 a $ 9,85. La desocupación bajaba al 5,5%. La participación en el ingreso de los trabajadores en el PBI subía del 33 al 42,5%. La inversión crecía el 7%. Se iniciaba la constru-cción de 200 mil viviendas, inauguraba Atucha I y se daba inicio a la Central Nuclear de Embalse. Se firmaban acuerdos de comercio con China, Africa, Rusia y otros países del entonces bloque soviético. Se firmaba el acuerdo para construir Yacyretá.
Volver, el sueño eterno del peronismo
Pero también la violencia política vivía un auge. El trotskista Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), de julio a diciembre de 1973 había realizado 185 acciones. La mayoría actos de propaganda armada, tomas de fábricas y escuelas, reparto de víveres, bombas, atentados a policías y secuestros. Ese enero, estaban secuestrados por diversos grupos armados de izquierda Víctor Samuelson de la ESSO, Yves Boisset de Peugeot, el empresario Charles Heynes, el industrial Osmar Cardozo, el armero Angel De Bonis; el coronel Florencio Crespo; José Ludvick, de Schcolnik, Douglas Roberts de PepsiCo., Nyborg Andersen, del Banco de Londres, Francisco Ventura, empresario pesquero y Enrique Patteta, del Frigorífico La Florida de Rosario. El ministro de Economía, José Ber Gelbard, al regreso de su gira por el exterior, le advirtió a Perón que “el capital es miedoso” y tantos secuestros ahuyentan inversores.
Derecha. También los grupos de derecha alentados por los nostálgicos de las dictaduras aportaban su cuota de violencia; a fines del 73 son asesinados Enrique Grinberg, el periodista José Domingo Colombo, de San Nicolás, Ramón Razzetti, de la JP de Rosario, Pablo Fredes, de la JTP; el abogado Antonio Delleroni y su esposa y Ramón Martínez, de la JP. Además de varios atentados con bombas a imprentas y locales partidarios.
El padre Carlos Mugica predicaba contra la violencia: “Este es el tiempo de dejar las armas y tomar los arados como dice la Biblia”. Mensaje que pocos escuchaban.
El ERP toma la guarnición de Azul. En la noche del 19 de enero, cien guerrilleros del ERP al mando de Enrique Gorriarán Merlo, intentan tomar la guarnición militar de Azul. En las acciones matan al coronel Arturo Gay, a su mujer Hilda Caseaux y al conscripto Daniel González. Tres oficiales resultan heridos y el coronel Jorge Ibarzábal secuestrado. Del lado del ERP, dos heridos, Santiago Carrara y Guillermo Altera. Otros dos, Jorge Antelo y Reynaldo Roldán, son denunciados como desaparecidos.
La magnitud de la acción guerrillera, el saldo en muertos y heridos, y en especial la muerte de la mujer del coronel Gay, produjeron una enorme conmoción nacional. Hubo una reacción de condena de todos los sectores políticos nacionales contra la acción guerrillera, que perseguía tres objetivos: humillar al Ejército, robar armamento y provocar a Perón para acelerar sus contradicciones con la JP-Montoneros.
Gorriarán, en sus Memorias, dirá que “la conclusión general fue que no deberíamos haber actuado en forma armada durante el período constitucional (de 1973)”. Sin embargo, en 1989, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, volvió a repetir su trágica equivocación al atacar al mando del MTP (Movimiento Todos por la Patria) el regimiento de La Tablada con un saldo de 36 guerrilleros y 11 militares muertos.
Los diputados de Firmenich. A diferencia del ERP, la organización Montoneros y el amplio espacio denominado Tendencia Revolucionaria, tenían una importante participación en el gobierno nacional e influencia en siete provincias, en especial la de Buenos Aires, en la que Perón le había pedido al gobernador Oscar Bidegain que diera espacio a “los muchachos” (como los llamaba). Los dirigentes montoneros Norberto Habberger y Gabriel Soler funcionaban como “comisarios políticos” en el gobierno y la mayoría de los ministerios estaban ocupados por dirigentes afines a la JP.
Cuando Jorge Antonio le advirtió que le iba a ser difícil encuadrar a los jóvenes montoneros, Perón le respondió: “Quédese tranquilo Jorge, cuando lleguemos a la Argentina (…) yo voy a tomar un vaso de agua, micrófono, les hablaré y les diré que se vayan a su casa tranquilos y me dejen gobernar.”
Y ésa fue su actitud hasta el último día de su vida; tratar de persuadir a esos jóvenes que cesaran con la violencia y aceptasen las reglas de la democracia.
El 6 de septiembre el General tuvo una larga reunión a solas con Roberto Quieto y Mario Firmenich. Pero a la salida de la reunión un exultante Firmenich declaró: “El poder político brota de la boca de un fusil. Si hemos llegado hasta aquí ha sido en gran medida porque tuvimos fusiles y los usamos; si abandonáramos las armas retrocederíamos en las posiciones políticas”. Acto seguido, el 25 de septiembre volvieron a usar las armas para matar al secretario general de la CGT, Jose Ignacio Rucci.
A pesar de la tremenda afrenta, Perón no los acusó públicamente y siguió con su idea del vaso de agua y la charla. Ante la necesidad de contener la guerrilla del ERP, envió al Congreso una serie de modificaciones al Código Penal. Montoneros se oponía y mandó a sus diputados a cuestionar la ley directamente ante él. El general los recibió, pero ya, un poco cansado del doble discurso, los puso frente a las cámaras de TV. La voz cantante del grupo la llevó el diputado Santiago Díaz Ortiz quien, con un tono por momentos insolente y en otro de disculpas, cuestionó los artículos del proyecto. Perón los escuchó pacientemente durante una hora, admitió sus interrupciones y reiteró larguísimas explicaciones: “Desde hace siete meses estamos diciendo que queremos la paz, y estos señores, en siete meses, no se han dado cuenta que están fuera de lugar.” ¿Y le parece que hemos esperado poco (…). Lo mataron al secretario general de la Confederación General del Trabajo, están asesinando alevosamente y nosotros con los brazos cruzados, porque no tenemos ley para reprimirlos (…). Para nosotros es un problema bien claro. Queremos seguir actuando dentro de la ley y para no salir de ella necesitamos que la ley sea tan fuerte como para impedir esos males. (…). Tengo entendido que esto se ha discutido dentro del bloque y se ha votado. Y para eso están los bloques, se discute y luego se acata la decisión de la mayoría, o se va del bloque. No hay términos medios, así funcionan los bloques en el Congreso”.
Cámpora al gobierno, ¿Montoneros al poder?
A la salida, Firmenich dio la orden de renunciar a las bancas. Ocho diputados acataron y otros seis no. Entre el golpe de Azul, y la actitud frente al proyecto de ley, Perón le quitó el apoyo a Bidegain. Montoneros perdió su principal espacio de gobierno y aceleró así, su confrontación con el líder. De los tres objetivos de la toma de Azul, el ERP solo obtuvo el tercero: forzar las contradicciones entre Montoneros y Perón.
Aunque días después volverían las reuniones, el vaso de agua y el micrófono, el diálogo era cada vez más difícil, a la vez que los sectores sindicales y de derecha aumentaban su presión y acción.
El viejo general, que durante 18 años había acumulado grandiosos sueños para su patria y su pueblo, veía cómo se le escurrían entre sus manos, mientras el caliente enero de Buenos Aires deterioraban su ánimo y su salud.
Por Aldo Duzdevich. Autor del libro «La Lealtad. Los Montoneros que se quedaron con Perón».
Fuente: Perfil
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