En los discursos escolares se califica a la Revolución de Mayo como el día del nacimiento de la patria y según ese criterio, todos los años se festeja con cantos y escarapelas. Para la historiografía liberal, Mayo fue una revolución separatista, independentista, antihispánica, dirigida a vincularnos al mercado mundial.
Se explota la idea de libertad que trajeron los soldados ingleses invasores en 1806 y 1807, cuando quedaron presos algún tiempo en la ciudad, vinculándose con la gente patricia; el programa de la Revolución está resumido en la Representación e los Hacendados, pues el objetivo fundamental de la revolución consistía en el comercio libre o más específicamente, en el comercio con los ingleses. El gran protector de la revolución fue el cónsul inglés en Río de Janeiro, Lord Canning.
De Bartolomé Mitre a nuestros días, esta versión ha prevalecido en el sistema de difusión de ideas (desde los periódicos, suplementos culturales, radiofonía y televisión hasta los diversos tramos de la enseñanza y revistas infantiles como Billiken). Aburrida, boba, quedo sacralizada, sin embargo, porque esa era la visión de una clase dominante que había arriado las banderas nacionales y se preocupaba, en el origen del mismo de nuestra historia, de ofrecer un modelo colonial y antipopular. Dado que la interpretación mitrista, por razones políticas, es la que ha alcanzado mayor influencia y difusión, debemos centrar en ella la cuestión y preguntarnos, desde el vamos, si ese Mayo, que pretendidamente elitista y proinglés, merece la veneración como expresión de colonialismo. Esto implica, asimismo, interrogarnos acerca de si la revolución, tal como ocurrió realmente, tiene que ver con la «historia oficial» o si ésta es simplemente una fábula impuesta por la ideología dominante para dar fundamento, con los hechos del pasado, a la política de subordinación y elitismo presente.
¿Revolución separatista y antihispánica?
Haciendo de cuenta que esta fábula sea así, en el Cabildo Abierto, a punto de nacer una nación que rompe con España en un sentimiento antiespañol, alguien se adelanta y dice en voz alta: «¿Juráis desempeñar lealmente el cargo y conservar íntegra esta parte de América a nuestro soberano Don Fernando Séptimo y sus legítimos sucesores y guardar puntualmente las leyes del Reino? – Si, lo juramos!,» contestan los miembros de la Primera Junta.
Entonces, ¿qué es esto de una revolución antiespañola que se hace en nombre de España?
Ni un día habría durado la Junta en el caso de una «traición» tan manifiesta si el movimiento hubiese sido separatista, antiespañol y probritánico. Por ejemplo, uno de los vocales presentes en la jura, Juan Larrea, resulta que es un dirigente de una supuesta revolución antiespañola y es…..¡español!; y es más, Manuel Belgrano, no era español pero había pasado gran parte de su juventud y nutrido sus conocimientos en España.
Para figurar esto, durante varios años, los ejércitos enemigos (que San Martín llama siempre «realistas –por su apoyo a la realeza española-, chapetones o godos, pero nunca españoles) enarbolando bandera española como si se tratase realmente de una guerra civil entre bandos de una misma nación.
¡Los activistas French y Berutti repartían estampas con la efigie del Rey Fernando VII en los días de mayo!
Lo que destroza la fábula de una revolución separatista y antiespañola es la incorporación de San Martín en 1812. ¿Quién era San Martín? Se trataba de un hijo de españoles que había cursado estudios y realizado su carrera militar en España. Al regresar al Río de la Plata –de donde había partido a los siete años (nota: mucho no recordaría de su infancia en Yapeyú) era un hombre de 34 años, con 27 de experiencias vitales españolas, desde el lenguaje, las costumbres, el bautismo de fuego, etc.
Es decir que el San Martín que regresó en 1812 era un español hecho y derecho y no venía a pelear contra la nación donde había pasado casi toda su vida.
Lo que hay que tener en cuenta, y que permanece bastante en la oscuridad, es que en 1810 encontramos en España dos realidades: las Juntas Populares y una España absolutista (de la corona).
La historia hispanoamericana en su conjunto, se encuentran casi siempre diversos pronunciamientos revolucionarios que culminan en declaraciones de «lealtad a Fernando VII». La Junta creada en Chile en 1810reafirmó su lealtad a Fernando VII. El 19 de abril de 1810 se constituyó en Caracas «La Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII». Salvo en México, por la fuerte presencia indígena, se podía encontrar un clima para el antihispanismo, donde los revolucionarios estaban divididos entre los que respetaban el nombre de Fernando VII y los que directamente planteaban la independencia.
En 1809, en La Paz, un escribano Cáceres y un chocolatero Ramón Rodríguez se encargaron con otros hombres de apoderarse de la torre de la catedral y tocar a rebato la campana para reunir al populacho. La revolución se hizo con gran desorden, siempre a los gritos de «¡Viva Fernando VII, mueran los chapetones». El 11 de septiembre, Murillo sostiene: «La causa que sostenemos, ¿no es la más sagrada? Fernando, nuestro adorado rey Fernando, ¿no es y será eternamente el único agente que pone en movimiento y revolución todas nuestras ideas?»
Queda claro que todo se trataba de una disputa por la hegemonía del poder entre la nobleza y la burguesía. La guerra no fue entre hermanos, una guerra civil, tampoco por razas, sino por partidos políticos.
No existe entonces, fundamento histórico alguno para caracterizar a la Revolución de Mayo como movimiento separatista y por ende proinglés. Tampoco es cierto que su objetivo fuese el comercio libre por cuanto éste fue implantado por el virrey Cisneros el 6 de noviembre de1809.
Esta versión histórica resulta el punto de partida para colonizar mentalmente a los argentinos y llevarlos a la errónea conclusión de que el proceso obedece a la acción de «la gente decente, especialmente si ésta es amiga de ingleses y yanquis, al tiempo que enseña a abominar a las masas y el resto de América Latina.
Impuesta en los programas escolares, sostenida por los intelectuales y por los medios de comunicación del sistema, que difunden las ideas de la clase dominante, vaciada de la lucha popular.
La revolución en España: de la liberación Nacional a la Revolución Democrática
Alberdi señalaba que la Revolución de Mayo debía relacionarse necesariamente con la insurrección popular que estalló en España en 1808: «La Revolución de Mayo es un capítulo de la revolución hispanoamericana, así como ésta lo es de la española y ésta, a su vez, de la revolución europea que tenia por fecha liminar el 14 de julio de 1789 en Francia».
La España de Carlos IV y su hijo Fernando VII ha sido invadida por los ejércitos franceses y ante la prepotencia extranjera se alza el pueblo español un 2 de mayo de 1808. Así se crean las organizaciones regionales con el nombre de «Juntas» que coordinan una dirección nacional en la Junta Central de Sevilla. Ese estallido popular y lucha de liberación nacional, comienza a profundizar sus reivindicaciones ingresando al campo social y político (el derecho del pueblo a gobernarse por si mismo).
La revolución nacional española se convierte en revolución democrática. La Junta de Galicia, impone fuertes impuestos a los capitalistas, ordena a la Iglesia que ponga sus rentas a disposición de las comunas y disminuye los sueldos de la alta burocracia.
Mientras se sufría la invasión francesa, paradójicamente la presión de las ideas que se expanden en Europa son aquellas banderas de la Revolución Francesa, inclusive en la invadida España. Esas ideas de»libertad, igualdad y fraternidad» son retomadas en España y desarrolladas. Así es como, mientras las intrigas palaciegas de Carlos IV y su esposa mostraban la decadencia, el pueblo encuentra a Fernando VII, que se había manifestado contra sus padres, y toma esos ideales franceses convirtiéndose en el líder de la regeneración hispánica, en Europa y en América.
Las variantes del liberalismo
Sin embargo, una diferencia sustancial impide asimilar la situación española a la francesa de pocos años atrás: la inexistencia en España de una burguesía capaz de sellar la unidad nacional, consolidar el mercado interno y promover el crecimiento económico. Esa carencia se ve también en América, y provoca que aquel liberalismo nacional y democrático de la Francia del 89, sufre en España y América una profunda distorsión. Tanto en la revolución española de 1808 como en los acontecimientos de 1810 en América, se observa el desarrollo, al lado del liberalismo auténticamente democrático, nacional y revolucionario, el desarrollo también de un liberalismo oligárquico, antinacional y conservador.
Ambas expresiones que del liberalismo se enfrentarán a lo largo de nuestra historia: una auténticamente revolucionaria, que quiere construir la nación y el gobierno popular como se ve en Moreno, Dorrego y José Hernández; y la otra expresión, directa de los intereses británicos que aspira a convertirnos en factoría agrícola. Para ver como se expresa en la historia, ese liberalismo democrático y nacional, en sus luchas se autoproclama como nacionalismo popular.
Ese nacionalismo popular perseguía sus objetivos no sólo dentro de la patria chica sino a nivel Latinoamericano, encarnado en San Martín, Artigas y Bolívar. En cambio el liberalismo oligárquico sustenta un proyecto elitista, secesionista, porteñista, antilatinoamericano. Para Mitre, la patria será Buenos Aires. Para José Hernández la Argentina será apenas una «sección americana» de la Patria Grande a construir.
Para el liberalismo oligárquico lo importante son las formas exteriores y no el contenido. Por eso diserta sobre la división de poderes mientras envía expediciones represoras para aplastar las protestas de los pueblos en el interior, como Mitre (nota: tal es el caso del levantamiento de las montoneras en el noroeste argentino). En cambio para el liberalismo democrático popular y nacional es aquel de los caudillos que expresan a las masas populares.
La revolución en América: de la Revolución Democrática a la Liberación Nacional
El hervor revolucionario desatado en España desde 1808, a partir de la llegada al trono de los Borbones, iniciándose un proceso peculiar de liberalización y aflojamiento; el trato se tornaba cada vez más semejante al que la corona tenía con las propias provincias españolas. Más que de España y sus propias colonias, podía hablarse de la nación hispanoamericana, que se hubiese consolidado si triunfaba la revolución burguesa.
El 22 de enero de 1809, la Junta Central dice: «los virreynatos y provincias no son propiamente colonias o factorías, como las de otras naciones, sino una parte esencial e integrante de la monarquía española».
Para explicar lo que pasó en América: los sectores populares se levantan en España contra el invasor, organizándose en Juntas Populares; esas Juntas asumen, en la lucha misma, no sólo la reivindicación nacional sino también la democrática, expandida por la Revolución Francesa.
Este movimiento asume como referente a un hombre prisionero del invasor (Fernando VII) que tiene derecho a gobernar España por legalidad monárquica, pero se manifiesta, desde su reclusión, como abanderado de las ideas democráticas, y hace saber a las tierras de América que no son colonias sino provincias con igualdad de derechos. Y convoca a los pueblos americanos a que se organicen en Juntas (28 de febrero de 1810).
América reacciona organizando Juntas que desplazan a la burocracia ligada al absolutismo que ha caído en España. Pero las Juntas de América no tienen frente a ellas al ejército francés, sino apenas su amenaza. De tal modo, la cuestión nacional no nutre, desde el principio, su contenido ideológico (nota: no existía el sentido de nacionalismo sino que era un acompañamiento al proceso español).
Se consideraba a estas tierras no como colonias sino como una extensión de España. Los indios no conformaban una nación, ya que política e idiomáticamente eran comunidades separadas, siendo un pueblo sometido y oprimido por los colonizadores españoles. La opresión no era de un país extranjero sobre un grupo racial y culturalmente distinto sino de un sector social sobre otro dentro de una misma comunidad hispanoamericana. Era una lucha del campo popular contra el absolutismo monárquico.
Alberdi decía: «La revolución en América fue un momento de la revolución española».
El 19 de abril de 1810, un cabildo extraordinario reunido en Caracas, resuelve constituir una junta provisional de gobierno a nombre de Fernando VII con el objeto de conservar los derechos del rey en la capitanía de Venezuela.
Como un reguero de pólvora, la revolución se expande en pocos meses por Hispanoamérica, a través de Juntas a nombre de Fernando.
Manuel Ugarte explicaba la cuestión de los españoles americanos de la siguiente manera: «Ningún hombre logra insurreccionarse contra su mentalidad; españoles fueron los habitantes de los primeros virreynatos y españoles siguieron siendo los que se lanzaron a la revuelta. ¿Cómo iban a atacar a España los mismos que en beneficio de España habían defendido, algunos años antes, las colonias contra la invasión inglesa?».
La nueva burguesía comercial
En los años previos a la revolución, se consolidó en Buenos Aires un grupo comercial de nuevo tipo, distinto al tradicional que se cobijaba en el monopolio establecido por la Ley de Indias. Lo integraban comerciantes que operaban al margen de las leyes, contrabandistas por lo general, cuyas posibilidades de enriquecimiento se vieron favorecidas por el debilitamiento del viejo sistema colonia, (la alianza entre España e Inglaterra, de la cual derivan concesiones a los ingleses para operar en el puerto de Buenos Aires en el tráfico de esclavos favoreció sus negocios, estimulados por la apertura del comercio sancionada por el virrey Cisneros. La relación con los ingleses, como también el desarrollo capitalista en Europa, provoca un fuerte crecimiento de la actividad comercial que se canaliza pro nuevas vías.
Resulta así una nueva burguesía comercial, de pronunciada tendencia probritánica, liberal, aventurera e inescrupulosa en razón de su origen ilegal, capaz de generar un Rivadavia primero, y más tarde un Mitre.
Hacia 1810 residían en Buenos Aires 124 familias inglesas dedicadas en su mayoría al comercio. En 1809 Cisneros sancionó el libre comercio, y 17 embarcaciones inglesas esperaban en el puerto para descargar sus mercancías.
Esta burguesía se veía amenazada por la legislación española, que llevaba al Cabildo a sostener (en 1809) «que los ingleses por sí no han de poner en esta ciudad casas de comercio, almacenes ni tiendas, ni se les puede tolerar introducir ropas, muebles de casa, ponchos, frazadas, etc..»; por otro lado tenían la instauración de un comercio libre que se dificultaba por los altos aranceles a la importación. Cisneros había flexibilizado también las medidas dándoles un plazo de cuatro meses para que concluyan sus negocios pendientes, plazo que vencía el 17 de abril de 1810, prorrogado por un mes más; hasta que la Primera Junta dejó sin efecto la disposición permitiéndoles la radicación, cosa que explica el alborozo inicial de este sector ante la revolución.
La pequeña burguesía
En esa sociedad, donde estaban por un lado los dueños del poder y la riqueza, y del otro los esclavos, peones y jornaleros, se fue conformando una pequeña burguesía integrada por profesionales (abogados mayoritariamente), empleados (de comercio o de oficinas de gobierno), algunos artesanos y estudiantes que jugarían un importante papel en Mayo. Hijos de españoles en su mayoría, se sienten arrastrados por las nuevas ideas y convierten su disgusto por el sofocamiento en que viven, en violento reclamo de una democracia participativa, ésa que los franceses enarbolaron en 1789 y que le pueblo español trata de levantar durante la invasión. En ese sector social se encuentran médicos, como Cosme Argerich, los abogados Castelli, Paso, Moreno, Belgrano y Chiclana entre otros; empleados como French, Berutti y Donado; y sacerdotes, como el padre Grela y Aparicio.
Los días previos
A principio de 1810 se produce en España un nuevo paso hacia el eclipse de la revolución nacional-democrática: la Junta Central se disuelve y surge en su reemplazo el Consejo de Regencia. Este acontecimiento pone en evidencia la debilidad de las fuerzas revolucionarias españolas, ya no sólo frente al invasor francés que domina casi todo el territorio hispánico, sino también en el interior del frente nacional donde prevalecen sectores moderados y de derecha expresados en el nuevo organismo gubernativo.
Estos sucesos constituyen el detonante que lanza a los americanos a la revolución. El espíritu de la España de las Juntas ha inundado estos territorios y ahora ya no basta mantenerse expectantes respecto a los cambios que se produzcan en la península, sino que es necesario enarbolar alto las banderas, puesto que un doble peligro acecha: la imposición de un poder francés y la restauración del absolutismo español. El consejo de Regencia, más que la presencia de la revolución, constituye ya una muestra de su probable derrota. Y esto conduce, en América, a organizarse en Juntas, como lo ha propuesto la Junta Central ahora disuelta: constituir un poder popular capaz de hacer frente a la dominación francesa y al absolutismo que amenaza con renacer aunque manteniendo el vínculo con los revolucionarios españoles a través de la subordinación del rey cautivo.
Alrededor del día 20 de mayo, las noticias llegadas de España (disolución de la Junta Central y constitución del Consejo de Regencia) precipitan los acontecimientos. El viejo mundo declina y ya carece de autoridad para sostenerse. El frente nacional avanza exigiendo la convocatoria a un Cabildo Abierto para proceder a defenestrar al virrey y nombrar un nuevo gobierno que sea expresión de la voluntad popular. Ese día, ante la presión social que se percibe cada vez con mayor intensidad, el alcalde de primer voto, Léxica, y el síndico Leiva le informan al virrey que existe un creciente malestar y le solicitan la reunión de un Cabildo Abierto, es decir, con la concurrencia amplia de vecinos. El 21 de mayo, cuando el Cabildo está reunido en sesión ordinaria, la presión popular se acentúa: «apenas comenzada la sesión, un grupo compacto y organizado de seiscientas personas, en su mayoría jóvenes que se habían concentrado desde muy temprano en el sector de la Plaza lindero al Cabildo, acaudillados y dirigidos por French y Berutti, comienzan a proferir incendios contra el virrey y reclaman la inmediata reunión de un Cabildo Abierto. Van todos bien armados de puñales y pistolas, porque es gente decidida y dispuesta a todo riesgo. Actúan bajo el lema de Legión Infernal que se propala a los cuatro vientos y no hay quien se atreva con ellos».
Esta plebe enardecida simboliza sus aspiraciones revolucionarias luciendo como emblema en el sintillo del sombrero el retrato de Fernando VII (nota: ¿y las escarapelas?), de pequeño tamaño, grabado sobre papel, y en el mismo sombrero o en el ojal de la casaca una cinta blanca en señal de unión entre americanos y españoles. Es el distintivo que imponen French y Berutti como representativo de la causa y lo distribuyen a todos los que transitan por allí.
Domingo French era un hombre que comenzó a ganarse la vida como asalariado del Convento de la Merced y en 1802 consiguió en la Administración de Correos, el puesto estable de «cartero único», empleo que le reportaba un estipendio de medio real y lo mismo por cada pliego o carta entregada a su destinatario en mano. Se incorporó a la milicia y fue teniente, luego sargento mayor, y después de las invasiones inglesas quedó como cabecilla de prestigio entre los milicianos criollos.
Antonio Luis Berutti, era un empleado público que desde hacía diez años ocupaba un puesto como oficial de segunda en las Cajas de Tesorería de Buenos Aires. Ambos, French y Berutti, son los agitadores que nuclean y dirigen a los activistas, «esos chisperos de los arrabales».
El Cabildo Abierto del 22 de Mayo
Aquel histórico Cabildo Abierto fue, según la vieja fábula escolar, una reunión de «la gente decente», de «los vecinos respetables» (una buena manera de formar en los alumnos en esa idea de que sólo las minorías selectas pueden hacer la Historia). También resultó una reunión donde se guardaron buenos modales y maneras respetuosas y donde el disenso se dirimió en el alto nivel de las ideas (también una buena manera de difundir en los alumnos la idea de que sólo a través de la persuasión y de la intrincada polémica jurídica es posible lograr los cambios sociales). Como se comprende, los hechos ocurridos se hallan demasiado lejos de estas presunciones de tía ingenua y pacata.
Se incorporan «fraudulentamente» personas que no debían concurrir a tan imporatnte evento, «entre ellos muchos pulperos, muchos hijos de familia, talabarteros, hombres ignorados» y un testigo agrega con escándalo «ese número y esa clase de gente decidieron en congreso público de la suerte de todo el virreynato, con miras de decir América».
Así, pues el Cabildo Abierto estaba muy lejos de recoger la opinión del «vecindario pudiente», como se ha dicho tantas veces. Por el contrario, su composición se democratizó profundamente y de ahí el resultado de la votación. Dos parecen haber sido las formas de ingreso de los hombres del pueblo al cónclave de «vecinos». Una, «que la imprenta de Niños Expósitos, donde se hizo la impresión de las tarjetas, estaba a cargo de Agustín Donado, (uno de los chisperos que acompañaba a French) y esto permitió obtener subrepticiamente las esquelas necesarias para distribuirlas entre los partidarios». Otra, la acción de los grupos de choque apostados en las esquinas del Cabildo que mientras amenazaban a los grandes señorones mandándolos de vuelta a sus casas, facilitaban el ingreso a los amigos de la revolución. En la imagen idílica de los «democráticos» modelada por la historia mitrista, disuena con la intervención de la trampa o la fuerza, pero sin embargo, quienes tomaron la Bastilla en la Francia de 1789 para enarbolar los Derechos del Hombre eran seguramente mucho menos amables y moralistas que los nuestros. De nuevo, pues el pueblo, pariendo la revolución.
No hay pues medulosos cambios de ideas, ni buenos modales, ni patricios respetables polemizando únicamente, con sesudos abogados, sino un grupo de privilegiados dispuestos frenéticamente a resguardar con uñas y dientes sus fortunas y su posición social, frente a otro grupo, intrépido y fogoso, animado por el espíritu de la revolución.
Castelli afirmaba: «Aquí no hay conquistados ni conquistadores, aquí no hay sino españoles los españoles de España han perdido su tierra. Los españoles de América tratan de salvar la suya. Los de España que se entiendan allá como puedan… Propongo que se vote: que se subrogue otra autoridad a la del virrey que dependerá de la metrópoli si ésta se salva de los franceses, que será independiente si España queda subyugada». La independencia aparece así planteada como una eventualidad futura, en función de los acontecimientos que se desarrollen en España, ratificando de este modo el carácter democrático y no separatista, como objetivo en sí mismo, por parte de los revolucionarios.
La votación en el Cabildo Abierto
El 22 de mayo votaron finalmente 225 personas, 69 se pronunciaron a favor del absolutismo, es decir, por la continuación de «El Sordo» Cisneros como virrey. Una treintena de votos «pro virrey» se alineó con Manuel José Reyes. Otros treinta que apoyaron esta idea, pero bajo el lema «no innovar» eran grandes terratenientes como José Martínez de Hoz, de importante fortuna quien comenzó su propio aporte con la construcción de la Iglesia del Socorro.
En esos sesenta y tantos de votos están reunidos los más poderosos intereses comerciales y financieros nacidos al calor del absolutismo y entrañablemente ligados a la burocracia virreynal. Después de Mayo, sufrirían confiscaciones y destierros, pero lograrán mas tarde reinsertarse en la sociedad, mediante el comercio libre y la «amistad» con los ingleses».
La trampa absolutista
El Cabildo Abierto se prolonga mientras se insisten con los largos fundamentos en los votos. Pero algunas cosas comienzan a alarmar a las filas revolucionarias. El sacerdote Bernardo José Antonio de la Colina, cuñado del síndico Leiva, propone que el virrey sea mantenido en su puesto y que se le sumen cuatro individuos, «uno de estado eclesiástico, otro militar, otro profesor de derecho y el último de comercio», todos elegidos por el Cabildo Abierto. Mariano Moreno estaba informado de la confabulación entre Leiva, el Virrey y con los conservadores para detener el movimiento revolucionario. La maniobra del sacerdote era evidente: un nuevo gobierno, pero encabezado por el mismo Virrey y acompañado por lo más conservador del Cabildo. Corría para esto, el 23 de mayo, Moreno denuncia la maniobra y se alinea a partir de allí al grupo de los «chisperos».
Pero, ¿quién es Mariano Moreno?
Nació en 1779 y su adolescencia estuvo marcada por la Revolución Francesa. Viaja a España para convertirse en cura, pero regresa a Buenos Aires con el título de abogado y con nuevas inquietudes ideológicas, políticas y sociales que no lo abandonarán. La lucha por la libertad y la democracia le entusiasma, y la Revolución Francesa lo enfervoriza, incluso tiene cierta simpatía con esa Inglaterra que está gobernada en cierto modo por un pueblo que ejercita sus derechos. Igualmente no cae en la ingenuidad de que aquellos que arribaron en las Invasiones Inglesas serán compañeros de la revolución de mayo de 1810.
Volviendo a la trampa del 23 de Mayo, la prevención de Moreno es justificada ante la maniobra de Leiva que funciona bien. El síndico seguramente se ha ofrecido a uno y a otro de los bandos en pugna como el hombre capaz de alcanzar la conciliación y evitar el enfrentamiento armado, pero jugando, en última instancia, la carta absolutista dirigida a resguardar el viejo orden. Colocado en el centro de los sucesos, como asesor del Cabildo y del Virrey, Leiva debió percibir que existía todavía una relación de fuerzas tal que permitía «cambiar algo para dejar todo igual» y en este intento, ciertos hechos permiten suponer un guiño del coronel Saavedra.
Al fin de la jornada, el Cabildo decide comunicarle al Virrey su separación del mando, pero inmediatamente, afirma que siendo atribución del Cabildo la designación del nuevo gobierno, decide constituirlo siguiendo la propuesta del cuñado de Leiva, De la Colina: es decir, un sacerdote (Solá); un comerciante (Incháurregui); un militar (Saavedra) y un abogado (Castelli) como asociados al virrey Cisneros a la cabeza del gobierno. De este modo, el Cabildo que determina la separación del Virrey del gobierno…..nombra al Virrey al mando del mismo! La traición es pública y vergonzosa y solo tiene alguna viabilidad si la fuerza militar le da apoyo. Todos los ojos miran al Jefe de Patricios.
Pero, ¿quién es Cornelio Saavedra?
Por su origen social, Saavedra es un hombre apegado al orden, respetuoso de las jerarquías y con una personalidad donde la audacia brilla por su ausencia. Era un hombre conservador y de tradiciones aristocráticas, mimado en el seno de la clase más vanidosa de los españoles. Su comportamiento en Mayo justifican lo dicho. Por otra parte, el coronel Martín Rodríguez señaló que la maniobra del Cabildo era «una traición contra el pueblo, y se lo reducía al papel de idiota». Rodríguez advierte que él no podrá frenar a su tropa y Leiva interviene aduciendo que Saavedra tendrá un papel importante. Pero Rodríguez insiste: «Si nosotros nos comprometemos a sostener esa combinación que mantiene en el gobierno a Cisneros, en muy pocas horas tendríamos que abrir fuego contra nuestro pueblo, nuestros mismos soldados nos abandonarían; todos sin excepción reclaman la separación de Cisneros». El tibio Saavedra interviene diciendo que «la agitación del pueblo y los cuarteles es alarmante». Gregorio Tagle, en la derecha absoluta, dice que la única garantía de gobierno es la presencia de Castelli junto a Saavedra, quien aceptará integrarse «por vanidad de hombrearse con el virrey».
Los hombres de Castelli, comienzan a pasarse al bando de Moreno, que prefirió alejarse todo lo posible de la maniobra del Cabildo. Castelli podría haber sido la cabeza revolucionaria hasta ese momento, pero todo recayó en Moreno.
Desde la contrarrevolución nos ofrecen este admirable retrato de French: «Uno de los Morenos, ingrato por excelencia, cobarde sin compasión, inepto, inmoral, hombre de todos los partidos y consecuente con ninguno, French, olvidándose de sus compromisos y halagando las pasiones de Moreno a quien él llamaba «el sabiecito del sur», se verá coronel del regimiento de América como que convenía a llenar las ideas de Moreno, en estas circunstancias en que ya el secretario Moreno se había arrastrado a la multitud…ese Moreno, para quien ya todos somos iguales, máxima que vertida así en la generalidad ha causado tantos males».
Pancho Planes, odiado por los absolutista por su pasión revolucionaria, enemigo acérrimo de Rivadavia y partidario de Dorrego, dio todas sus energías a la Patria y murió en la pobreza, cayó en la lápida del silencio con que la historia oficial condena a los amigos del pueblo. Antonio Luis Berutti, que se había educado en España saltó desde su empleo en las Cajas de Tesorería directamente a la revolución, junto a French para acaudillar a los chisperos. Morenista convencido, sufrió destierro después del golpe del 5 y 6 de abril de 1811, al igual que French y el resto de los seguidores de Moreno.
Son estos hombres, orientados por Moreno, quienes indignados ante la maniobra del Cabildo y el intento de burlar la voluntad popular, inician la movilización de repulsa desde la medianoche del 23 y durante el 24. Son ellos quienes logran torcer el brazo del absolutismo y frustrar la trampa reaccionaria orquestada por el Cabildo y el síndico Leiva.
A las tres de la tarde del día 24 se lleva a cabo el juramento de la Junta tramposa presidida por Cisneros, pero una atmósfera tensa gana ya la ciudad. El algunos sectores cunde la agitación que anuncia el estallido. Aquí y allá los bandos pegados por orden del Cabildo, son arrancados por gente del pueblo.
Este accionar en las calles y en los cuarteles produce inmediato efecto. «Toda oficialidad de Patricios, encabezada por los coroneles Rodríguez, Terrada, Romero, Vives, Castex y muchísimos otros militares, se presentó en el Fuerte esa misma noche y todos a una voz le declararon al coronel Saavedra que no acatarían las órdenes del Virrey, no otras cualesquiera que se les diesen permaneciendo éste en la presidencia de la Junta, a no ser que Cisneros renunciase públicamente al mando de las fuerzas militares y que este mando se transmitiese a Saavedra». Así, es que durante todo el 24 los revolucionarios sostienen la idea de utilizar la violencia armada y se presiona sobre Saavedra.
Se convoca urgentemente a una reunión de la flamante Junta y allí Saavedra, haciéndose intérprete del reclamo de los jefes, y Castelli, en representación de la turbulencia popular que se acentúa, le informan al virrey que es voluntad del pueblo su deposición irrevocable y que ambos renuncian a la Junta que el Virrey pretende presidir. Cisneros, irritado, ofrece objeciones pero se convence de que no tiene otro camino. Se disuelve la Junta el 24 a la noche.
Los absolutistas juegan su carta convocando urgentemente a un nuevo Cabildo para decidir rápidamente la suerte del gobierno. Por esa razón, en la noche del 24 al 25 de mayo, nadie duerme tranquilo en Buenos Aires. Hay quienes están de vigilia discutiendo el posible curso de los acontecimientos. Hay quienes se mantienen insomnes porque el miedo se les ha metido en las almohadas. Y hay también los que urden, maniobran, tejen nuevos planes para jugar la última carta en defensa de sus privilegios.
La toma del poder
En las primeras horas de la mañana del 25 de mayo se perciban y a los ajetreos en el Cabildo dirigidos a la importantísima reunión de ese cuerpo que se producirán poco después. Pero la plaza ya no está sola. Diversos grupos se mueven en las esquinas. Ahí están los «chisperos» con su gente y ya no llevan «cintas blancas al sombrero y casacas¸ porque si aquellas blancas significaban unión, éstas rojas de ahora significan guerra (ni antes del 25 ni en ese mismo día hay constancia alguna de que hubiesen existido cintas celestes y blancas de las que habla Mitre, quien jamás indicó la fuente de donde tomo dato tan extraño y que, sin embargo, durante décadas se ha considerado auténtico).
El frente nacional democrático ha derrocado al absolutismo. El poder ya no será ejercido por el Virrey sino por una Junta emanada de la voluntad popular cuyos integrantes juran ya «desempeñar lealmente el cargo y conserva íntegra esta parte de América a nuestro Soberano, Don Fernando VII y sus legítimos sucesores y guardar puntualmente las leyes del Reino».
Desde el principio no hay un solo «Mayo» con perfil indiscutido e inequívoco, sino diversos «Mayos» que muy pronto entrarán en colisión. El Mayo revolucionario de los «chisperos y de Moreno, expresión de la pequeña burguesía jacobina que arrastra a diversos sectores sociales desheredados (peones, jornaleros, artesanos, pobres) y que bregará con Castelli en el norte, tiempo después, por la liberación del indio. El Mayo timorato y conservador de cambios económicos y sociales importantes, expresión de un importante sector de la fuerza armada y que, más allá de la mayor o menor conciencia de don Cornelio, expresa el temor de los propietarios ante la turbulencia popular. Y finalmente el Mayo librecambista, antiespañol y probritánico, el que exalta Mitre y como hará luego Rivadavia, el del «Partido de los Tenderos», de esa burguesía comercial portuaria, criolla e inglesa que jugará por tiempo apoyando al saavedrismo, hasta alcanzar el poder a través de sus propios hombres.
Por esta razón, acentuando la óptica sobre uno de los sectores intervinientes, Mitre pudo fabricar su Mayo liberal, elitista, proinglés, realizado por la gente decente con paraguas, cuyo programa era la Representación de los Hacendados y su objetivo incorporarse a Europa. Así también el revisionismo nacionalista de derecha aceptó, sin mucho entusiasmo, el mayo rupturista de España pero lo signó con un perfil conservador al colocar a Saavedra como principal figura opuesta al presunto iluminismo de Moreno. Nosotros consideramos que el pueblo es el protagonista de la historia, nos quedamos con el Mayo de Moreno y los chisperos, con la revolución auténtica y profundamente democrática, reivindicadora del esclavo y del indio, defensora por sobre todo de los derechos del pueblo y forjadora de una sociedad nueva donde imperen la libertad, la justicia y la igualdad reales en una Patria Grande, libre de toda intromisión extranjera.
Por Norberto Galasso.
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