HÉCTOR TRISTÁN (1918-1993)
Gremialista y político. Figura emblemática de la resistencia peronista. Había nacido el 7 de noviembre de 1918, en la provincia de Salta. Desde joven realizó una intensa militancia, primero en el anarquismo y a partir del 45, en el peronismo. Fue obrero metalúrgico y delegado gremial de la Unión Obrera Metalúrgica.
Tuvo un destacado rol en la resistencia peronista. Fue hombre de confianza del General Perón, quien le encargó misiones especiales. Participó en el intento insurreccional del General Valle, en junio de 1956, siendo detenido poco después y sufriendo simulacros de fusilamiento. Participó, asimismo, en la toma del frigorífico Municipal Lisandro de la Torre, en 1959. La persecución lo obligó a mantenerse durante un tiempo en el exilio. Al regreso, trabajó políticamente con John W. Cooke y se constituyó, además, en gran colaborador de Fermín Chávez. Vuelto a la acción gremial, se destacó por su oposición al vandorismo. Distintos sectores del movimiento –hasta antagónicos- lo consideraban con respeto como una de las figuras históricas de mayor consecuencia, trayectoria y conducta. Al constituirse la Juventud Peronista de los ’70, Tristán manifestó su apoyo, considerando que ella produciría una renovación necesaria dentro del movimiento.
De perfil bajo, siempre dispuesto para cualquier tarea, fue uno de esos militantes “de fierro”, apto para la acción política más difícil y riesgosa.
Falleció el 11 de enero de 1993.
Fuente: N. Galasso, Los Malditos, Tomo III, pág. 399
El general Perón y Héctor Tristán – Por Fermín Chávez
El 11 de enero se cumplieron 11 años [ahora más del doble] del vuelo al Elíseo de un entrañable amigo y compañero de más de tres decenios, porque el alma grande de Héctor Tristán acaba de dejar al compadre cuerpo, para usar una expresión de Peguy que nos seduce. Se aproximaba a los setenta y cinco.
Quien a lo largo de su vida fue jugador de fútbol, obrero metalúrgico, militante social y político, dentro y fuera del país, se caracterizaba por ser un insigne memorioso de una historia empezada a fines de la década de 1940. Por herencia familiar debió beber de entrada una fuerte cultura anarquista, que lo preparó para los más duros combates. Los Tristán de Héctor provenían de Italia, pero su origen era tan español como el de aquella Flora, hija de Francisco Tristán, parisina por accidente, y encima abuela de Paúl Gauguin. Es sabido que los Tristán se jactaban de ser descendientes de los Borgia.
En la tarde del 16 de junio de 1955 Héctor y otros compañeros abandonaron el establecimiento metalúrgico de Francisco Beiró 5840, donde trabajaban, y se movilizaron hacia el centro de Buenos Aires en pleno combate. Su compañero de ideales, Héctor Pessano, cayó bajo la metralla de un Gloster y esa noche lo seguían esperando en su barrio de Villa del Parque. Por suerte Tristán pudo volver y horas después, desagraviar a la bandera argentina en la fábrica, como miembro de la comisión interna. Nosotros, también por ventura, pudimos publicar en 1984 la fotografía de ese acto de desagravio en Beiró 5840 en la que él está hablando.
Los acontecimientos posteriores a junio del 55 lo aproximaron a un protagonista muy singular: John William Cooke, interventor del Partido Peronista metropolitano, hasta el derrumbe de setiembre y la prisión del Bebe poco después. Y hacia marzo de 1956 creado el Comando Nacional Peronista, Héctor se integró por la parte gremial a este núcleo, junto a César Marcos, Raúl Lagomarsino, Héctor Saavedra, Manuel Buzeta y otros. Estábamos en la Primera Resistencia y los sucesos se iban a precipitar en junio, con el estallido del movimiento cívico-militar de los generales Valle y Tanco. La clandestinidad o la semiclandestinidad era la nota común de la lucha bajo la “Libertadora”. Eran tiempos de panfletos mimeografiados; en alguno de ellos decíamos que en nuestra tierra (abril de 1956) se había instalado “una Siberia que abarca la Patagonia y Tierra del Fuego, y donde no rigen los beneficios del Derecho de Gentes”.
Eran después los tiempos de la “línea dura” y la “línea blanda”, a las que el poeta Antonio Nella Castro le agregaba la “línea morcillona”, ya que de todo hay en la viña del Señor. En abril de 1955 Tristán consiguió una imprentita en Avellaneda y clandestinamente junto con Mario Massohu, editamos las cuatro paginitas de De Frente, nada más que para difundir las directivas del Comando Superior para los comicios de “convencionales constituyentes”: votar en blanco o en una boleta que diga “asesinos”. De paso retrucábamos los dichos de los “neoperonistas” y de los “lonardistas” y “bengoístas”.
En la clandestinidad, Héctor adoptó el falso nombre de César Arena, con el cual conseguimos un documento falso para que pudiese exiliarse en el Uruguay a mediados del 57. Yo era entonces Juan Cruz y su primera carta está fechada en Montevideo el 29 de diciembre de 1957. La demora, según me decía, obedecía a las dificultades de conseguir trabajo; “Las cosas me fueron de mal en peor y pasé las de Caín”, me decía. Su última desde el Uruguay data del 16 de marzo de 1958. Vivía en la calle Andes 1254.
La segunda mitad de 1958 nos lo devolvió a Buenos Aires junto con Cooke. El “workman” se alejaría más tarde de la metalurgia; y empezó a trabajar de cobrador de sanatorios y otras empresas, porque siempre vivió de su trabajo. Durante la llamada “Revolución Argentina” continuó de cobrador. Antes, durante la Conferencia de Cancilleres de Punta del Este (principios de 1962), se había encargado de repartir la histórica Carta de Juan Perón al presidente Kennedy, fechada en julio de 1961. En la ciudad oriental tuvo, entonces, una interesante conversación con Ernesto Guevara, a quien impresionó vivamente.
No dejaba Héctor de intervenir en la política, sobre todo en la parte sindical, y especialmente de la UOM. Sí, en la lid contra la figura de Augusto T. Vandor. Perón lo apoyo en esos momentos y quedan cartas del líder justicialista -en nuestro poder- que así lo corroboran. En una misiva del 5 de setiembre de 1966, respuesta de otra de Tristán del 22 de agosto, el general exiliado le dice: “Pienso como usted y como usted creo que la Argentina se ha sacado de encima un sinapismo pero le han endilgado una cataplasma. Yo me someto a los hechos que suelen ser los más elocuentes porque, según reza en el apotegma peronista, siempre es mejor hacer que decir o, como dicen los italianos, ‘di quello que vedi a metá credi, de quello que senti, non credi niente’. Y el general le agrega: “Atenido a los hechos se llega a poco andar a la conclusión que no podemos considerar a esta etapa como una cosa nueva ni original sino como una fase del proceso iniciado en 1955. El Justicialismo ha sido un sistema opuesto al régimen colonialista nacido en Caseros y, en consecuencia, contrario a la entrega nacional y defensor de la justicia social, de la independencia económica y la soberanía nacional“.
Héctor se mostraba en suma desconfiado más de una vez, como aquélla en que cerró la boca y el relato que le estaba haciendo a Perón ante el ingreso súbito de López Rega. Lo tengo contado en La chispa de Perón. Pero, atento a los dichos del general en la carta aquí mencionada, es evidente que tuvo un buen maestro en la materia,
Bajo el reinado de Juan Carlos Onganía nuestro “workman” se desempeñó como subsecretario general de la Juventud del Movimiento Peronista. Allá por noviembre de 1968 opinaba: “Perón será nuestro Mao y el peronismo juvenil la cabeza del proceso”. Y que en la Argentina solo restaba hacer le revolución cultural, Sin embargo, los jóvenes por él nucleados consideraban que la guerrilla era una aventura peligrosa: “una utopía que favorece a los militares aliados a los yanquis”. (Revista Análisis, No 401, 20-XI-1968)
En la década de 1970 Tristán se quedaría en Madrid y colaboraría estrechamente con el líder justicialista, quien le confió más de una misión importante en países socialistas. En diciembre de ese año 70, antes de su viaje, le enviaba desde Buenos Aires un cuadro de situación, por mano de Jorge Daniel Paladino.
En su respuesta del 24 de diciembre de 1970, Perón le escribe: “Le ruego que haga llegar a los muchachos presos nuestros mejores deseos y la más absoluta solidaridad, con la esperanza de su próxima liberación, no solo por lo que nosotros podamos hacer sino también porque todo parece señalar que esto no da para más”.
Ya en Madrid, Héctor supo abrir más de una vez las puertas de la residencia de Juan Perón, cuando había interferencias de José López Rega. Hace años recordábamos (estando presentes Tristán y Fernando Pino Solanas), pormenores de esa “tarea” doméstica en Puerta de Hierro efectuada por nuestro recordado Compañero. Precisamente Solanas, en oportunidad de la filmación de La Revolución Justicialista, fue víctima del celoso cancerbero, en junio y julio de 1971, y le tocó a Tristán facilitar la labor del cineasta.
Cuando el 20 de junio de 1973 Perón se embarca en Barajas para su regreso definitivo, allí en el aeropuerto estaba quien no podía volver en ese vuelo charteado porque debía cumplir en el Este una misión encomendada por el General. El pudo regresar definitivamente algún tiempo después. Recuerdo que en 1982, cuando la Guerra de Malvinas, se anotó de voluntario. Y ahora anda revoloteando allá arriba, igual que aquel Cesar Arena de 1957 que estuvo guardado en la iglesia del padre Hernán Benítez, ubicada en el barrio de Saavedra. O que el futbolista que, hace más de 60 años defendía, en Salta, los colores de YPF en memorables torneos provinciales.
A Héctor Tristán, allá arriba:
I
Decían que era duro y que era obrero
Quienes lo conocimos de naranjo
Sabemos que era solamente un anjo,
Ángel que iba derecho, compañero.
Dicen que era Tristán un pendenciero,
Más yo lo vi, sin precisar mangrullos,
Que siempre entraba en todos los barullos
-Y jamás en la lista -, Y con el cuero.
Sangre hispana pasada por Italia
Portaba su apellido. Y una Amalia
Tuvo siempre el machista -leninista.
Flora Tristán, su tía más peruana,
Lo empujaba a luchar por un mañana
Humano, socialista y peronista.II
Lo que no dicen es que este aparcero,
cumpa y hermano de la Resistencia, llevó
siempre prendida una querencia,
la del pueblo, el moscato y el brasero.
Lo que no dicen es que el Coronel
lo reservó para una contradanza
con el caño o la metra por la panza
y el chamuyo bordado en el papel.
Andan por ahí las fojas de esta historia,
por allá la bandera de la gloria
que se llevó en su enero de ceniza.
Ángel Tristán, no vengas tan seguido
que no hay espacio para tu ronquido,
ni para tanta fe que se desliza.Fermín Chávez 11-1-1993