MANUEL DORREGO (1787 – 1828)
Manuel Críspulo Bernabé Dorrego nace, en Buenos Aires, el 11 de junio de 1787.
Cursa estudios elementales y luego ingresa al Real Colegio de San Carlos. En 1809, cruza los Andes para seguir la carrera de Derecho en la Universidad San Felipe de Santiago de Chile.
El joven estudiante interviene en la represión del movimiento absolutista que estalla en Chile en 1810/1811 y obtiene por su actuación sobresaliente una medalla. Pero el 22 de junio de 1811 ya está en su ciudad natal y se dirige a la Junta de Gobierno: “Manuel Dorrego natural de esta Capital… Ha renunciado al grado de Teniente Coronel con que se le quería distinguir en aquel Reino (Chile), a condición de que se quedase en él, pero habiendo preferido servir en la capital de su nacimiento suplica que le coloque V.E. en alguna de las vacantes de Sargento Mayor,…”. Se lo envía entonces al Norte, para agregarse al ejército patriota que acaba de ser derrotado en Huaqui. En una de las acciones que se libran allí –el 12 de enero de 1812- es herido gravemente. El jefe del Ejército del Norte, Juan Martín de Pueyrredón señala en su informe a la Junta que “el Capitán Manuel Dorrego ha servido en la vanguardia de este ejército sin sueldo ni gratificación alguna, cuya circunstancia recomienda su persona. Su valor lo ha distinguido de un modo singular.” En mérito a este informe se lo asciende a teniente coronel.
Participa luego en las batallas de Tucumán y Salta, pero no en Ayohuma.
En agosto de 1815, contrae enlace con Ángela Baudrix, de cuya unión nacen, sus dos únicas hijas. En Buenos Aires, se vincula al grupo más exaltado de patriotas; el que está nucleado alrededor del diario “La Crónica Argentina”, grupo que levanta el ideario morenista y reclama que la revolución recupere su origen democrático e igualitario, por lo cual se oponen a las tratativas monárquicas que negocian los directoriales. Entre quienes participan del movimiento se encuentran, además de Dorrego, French, Agrelo, Manuel Moreno, los Coroneles Pagola y Valdenegro.
El Director Pueyrredón, al tiempo que practica esas negociaciones, mantiene una sospechosa indiferencia frente a la ocupación de la Banda Oriental por los portugueses, en perjuicio de Artigas. La protesta contra el gobierno crece y en noviembre de 1816, comienza la persecución.
Así, Dorrego es desterrado, junto con sus amigos: “Siendo tan criminales y escandalosos los actos de insubordinación y altanería con que el coronel don Manuel Dorrego ha marcado sus servicios en la carrera militar, debiendo a ello que el señor brigadier don Manuel Belgrano lo separase confinado en 1813 del ejército auxiliar del Perú y en 1814, hiciese igual demostración el general en jefe del ejército de Cuyo, don José de San Martín…”.
Lo confinan en el bergantín “Veinticinco de Mayo”, totalmente incomunicado y cinco días después, es trasladado a una goleta, que debe conducirla a la isla de Santo Domingo. Frente a Jamaica, la embarcación es capturada por los ingleses y Dorrego es remitido a Baltimore, Estados Unidos.
Durante su destierro en Estados Unidos, analiza el sistema político y jurídico vigente en ese país, así como su organización federal. Asimismo, allí redacta sus “Cartas Apologéticas” en las que refuta los cargos que se la han hecho.
Permanece tres años desterrado, al cabo de los cuales, en 1820, regresa a Buenos Aires, convencido de la conveniencia de implantar un sistema semejante en su país.
Allí se encuentra con que Pueyrredón fue reemplazado por Rondeau y éste fue luego batido por Ramírez y López en los campos de Cepeda, diluyéndose el gobierno nacional.
Ahora es designado comandante del ejército de Buenos Aires por el gobernador provisorio Soler. Su nombre es una garantía para Ramírez y López, los triunfadores de Cepeda.
Pero muy pronto el caudillo santafecino, reclamando por agravios reales o supuestos, avanza de nuevo sobre Buenos Aires. En junio, Soler delega el mando en Dorrego mientras va a hacer frente a López. Después de la derrota que sufre en Cañada de la Cruz, Soler renuncia y Dorrego es designado gobernador interino.
Días después, se reúne con López para tratar de llegar a un acuerdo, sin resultado. Entonces el impetuoso coronel se lanza sobre las fuerzas santafecinas y las derrota el 12 de agosto de 1820, en Pavón. Pero, en vez de forzar la paz con López, intenta infligirle una derrota total. Sin embargo, por después, López deshace a Dorrego en el Gamonal.
A fines de setiembre, se elige gobernador definitivo a Martín Rodríguez. El nuevo gobernador decide un nuevo destierro de Dorrego por creerlo vinculado a una asonada que pretendió deponerlo. A fines de 1820, marcha, pues, a Mendoza.
Regresa un año más tarde y se repliega, durante un tiempo, en la quinta de su mujer, en San Isidro. Ya era coronel retirado por la reforma militar de Rivadavia. Poco después, empieza a moverse políticamente y va concitando apoyo popular a su alrededor. Iriarte señala que Dorrego tenía a su favor “la gran mayoría de los proletarios de la ciudad” y que estaba “rodeado de manolos (orilleros) que recorrían las parroquias para acompañar a su jefe”.
En julio de 1825, parte hacia el interior, para lograr acuerdos con los jefes de provincias. Habló en Córdoba con Bustos, en La Rioja con Quiroga, en Santiago con Ibarra. Cuando en mayo de 1826 llega a Bu7enos Aires, lo hace con la investidura de diputado al Congreso Constituyente, representando a Santiago del Estero. Pero su objetivo es, además, establecer contacto con Bolívar, para unificar esfuerzos con un sentido latinoamericano, tarea en la cual le colabora el Deán Funes.
A su vuelta, en Buenos Aires, se incorpora al Congreso, constituyéndose en uno de los representantes más combativos. Desde allí, se opone al proyecto de no otorgar el voto a los jornaleros, empleados domésticos, soldados, vagos o imputados con causas pendientes: “¿Qué es lo que resulta de aquí? ¡Una aristocracia, la más terrible si se toma esta resolución porque es la aristocracia del dinero! Y desde que esto se sostenga, se echa por tierra el sistema representativo, que fija sus bases sobre la igualdad de derechos… Estos individuos son los que llevan las cargas principales del Estado. ¿Y se les ha de echar afuera de los actos populares, en donde deben ejercer sus derechos? ¿Es posible que sean buenos para lo que es penoso y odioso en la sociedad, pero que no puedan tomar parte en las elecciones? Esta disparidad no se puede concebir en nuestro sistema”. Más adelante sostiene: “Si se excluye a los jornaleros, domésticos asalariados y empleados también, entonces ¿quién queda? Queda cifrada en corto número de comerciantes y capitalistas la suerte del país. He aquí la aristocracia del dinero y si esto es así, podría poner en giro y mercarse”. José María Rosa sostiene que en la parte fundamental de su discurso, Dorrego agrega: “Sería fácil influir en las elecciones porque no es fácil influir en la generalidad de la masa, pero sí en una corta porción de capitalistas, y en ese caso, hablemos claro, el que formaría la elección sería el Banco” (Se refiere al Banco Nacional, dominado por los comerciantes ingleses).
Asimismo, Dorrego defiende fervorosamente el sistema federal de gobierno, oponiéndose al proyecto unitario rivadaviano. Se constituye de este modo en el líder de la oposición al gobierno. Asimismo, en octubre de 1826, lanza el periódico “El Tribuno”, desde el cual defiende a Bolívar, critica a Rivadavia y califica de ladrón a Juan Cruz Varela. En ese periódico publica documentos relacionados con la explotación de las minas de Famatina, que resultan muy comprometedores para Don Bernardino.
Producida la renuncia de Rivadavia, el 26 de junio de 1827, asume interinamente Vicente López y Planes, como gobernador de la provincia de Buenos Aires, por un breve período, siendo elegido luego Dorrego para cubrir ese cargo.
El coronel se encuentra con las arcas fiscales exhaustas. Su propósito es continuar la guerra contra el Brasil pero carece de medios. El Banco Nacional, manejado por los comerciantes ingleses, le niega todo apoyo, por lo cual se ve obligado a concertar la paz, reconociendo la independencia del Uruguay, objetivo que perseguía Lord Ponsomby, el cónsul inglés, interesado en que las dos costas del Río de Plata no perteneciesen a un solo país (ni a Brasil ni a las Provincias Unidas).
Ante las dificultades económicas que abrumaban a la provincia, Dorrego adopta diversas medidas: suspende la emisión de papel moneda por parte del Banco Nacional y establece un control oficial sobre la entidad, sanciona precios máximos sobre la carne y el pan, logra un empréstito interno y ajusta la política de gastos fiscales. En el plano social, se destaca su decisión de suspender el régimen de levas.
Asimismo, estrecha vínculos con el gobernador de Córdoba –Bustos- con el fin de concretar la tan ansiada convención para sancionar la Constitución y organizar definitivamente el país. Asimismo, crea escuelas primarias, establece pactos con los indios en el sur para asegurar una convivencia pacífica y sanciona una ley liberal en materia de prensa.
En setiembre de 1828, ya se encuentra en marcha la reunión de la convención constituyente. Pero, en esa época, regresan de la Banda Oriental las fuerzas militares conducidas por Lavalle y Paz. Para entonces, la relación de Dorrego con los unitarios había empeorado a partir del momento en que el gobernador había remitido a la Legislatura un informe donde hacía referencia a la reclamación de 50.000 libras formulada a la provincia por la compañía británica que había tenido tratos con Rivadavia por el mineral de Famatina. Frustrado el proyecto, reclamaban ahora indemnizaciones y Dorrego denuncia: “El gobierno se encuentra con un recurso de la expresada compañía (Minning) recibida por el último paquete, en donde reclama a la provincia los gastos de aquella empresa. El engaño de aquellos extranjeros y la conducta escandalosa de un hombre público del país que prepara esta especulación, se enrola en ella y es tildado de dividir su precio, nos causa un amargo pesar, más pérdidas que reparar nuestro crédito”. La revelación de los negocios de Rivadavia provoca viva irritación entre sus partidarios, quienes se reúnen con Lavalle y deciden dar el golpe de Estado.
El 1º de diciembre se produce la sublevación. Dorrego abandona la ciudad y sale a la campaña para unirse a las fuerzas de Rosas, pero éste no acepta combatir sino que prefiere ir a la búsqueda de las fuerzas de Estanislao López, en Santa Fe. El 9 de diciembre, Dorrego es derrotado y queda prisionero. Un cielito unitario resume el contenido del golpe:
La gente baja
ya no domina
y a la cocina
se volverá
En esos días, Salvador María del Carril y Juan Cruz Varela le envían sendas cartas a Lavalle, aconsejándole fusilar al coronel: “La ley es que una revolución es un juego de azar en el que se gana hasta la vida de los vencidos, cuando se cree necesario disponer de ella. Haciendo la aplicación de este principio de una evidencia práctica, la cuestión me parece de fácil resolución” (Salvador M. del Carril, a Lavalle, 12/12/1828). En otra carta del mismo estilo, Juan Cruz Varela señala: “Después de la sangre que se ha derramado en Navarro, el proceso del que ha hecho correr, está formado: ésta es la opinión de todos sus amigos… Usted piensa que 200 y más muertos y 500 heridos deben hacer entender a usted cuál es su deber… Cartas como éstas se rompen” (Juan C. Varela a Lavalle, 10/12/1828).
El 13 de diciembre, Dorrego es fusilado por orden de Lavalle quien, a pesar del consejo de sus “asesores”, guarda esas cartas comprometedoras de los instigadores del crimen. El fusilamiento de Dorrego es el punto de partida de la violencia desatada en nuestras luchas de esa época.
Con el transcurso del tiempo, la clase dominante –y los historiadores a su servicio- han realizado la obra maestra de otorgar mayor importancia a Lavalle que a Dorrego. Las estatuas y las calles que recuerdan sus nombres evidencian la preferencia otorgada al “león de Río Bamba”, hijo de una familia aristocrática, no obstante la gravedad de su crimen, punto de partida del desencadenamiento de la violencia, respecto al apóstol del federalismo, amigo de los caudillos y sostenido por los sectores más populares de Buenos Aires. Insólitamente, el asesino ha recibido mayor prestigio y reconocimiento que su víctima.
Fuente: RICARDO ALBERTO LOPA – LOS MALDITOS – VOLUMEN II – PÁGINA 87
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