FRAY LUIS BELTRÁN (1784 – 1827)
Hubo un tiempo en que se discutió la cuna de su nacimiento, alegando que Beltrán era sanjuanino, pero probado está que él nació en la ciudad de Mendoza, el día 8 de septiembre de 1784, siendo sus padres el francés Luis Beltrán y la dama sanjuanina Micaela Bustos.
Pasó sus primeros años en el viejo convento de San Francisco, de la capital de Cuyo, hasta que el visitador de esa Orden lo llevó al Convento de Chile, para terminar sus estudios y ordenarse de sacerdote.
A principios del siglo XIX, Fray Luis Beltrán rumbo a Santiago de Chile por el camino Real –actual ruta internacional 7- . En sus manos llevaba una carta en donde se lo designaba como cura Vicario del convento franciscano en Santiago. Tras sortear una travesía de varios días en mula llegó al convento y ocupó ese caro hasta finales de 1810. Fue allí donde el fraile comenzó a profundizar sus conocimientos técnicos, realizó algunos curiosos inventos y ensayó el arte de fundición de metales. Esto le ayudó para aplicarlo en la campaña de los Andes.
La noticia desde Buenos Aires de la creación de una Junta de gobierno el 25 de mayo de 1810, causó en Chile una conmoción entre los ciudadanos. Desde el Cabildo de Santiago, la Audiencia destituyó al gobernador García Carrasco y nombró a Mateo de Toro y Zambrano, Conde de la Conquista. Este llamó a un Cabildo Abierto donde es propuesta la creación de una Junta a instancias de José Miguel Infante, procurador del Cabildo a favor de Fernando VII. Un grupo de reformistas piden el apoyo militar a un joven oficial, José Miguel Carrera, el cual se erige como caudillo y declara la independencia.
Por su parte Fray Luis Beltrán apoyó abiertamente la causa patriota. Los fracasos bélicos de Carrera, frente a los realistas, motivaron su reemplazo por Bernardo O’Higgins. Es aquí donde el fraile ingresó a las filas chilenas y en 1813 fue nombrado con el grado de teniente en la artillería. Con la pérdida del territorio chileno emigró con los patriotas a Mendoza.
Al llegar a Mendoza, en 1814, San Martín se enteró de sus conocimientos técnicos en mecánica, química y matemáticas e inmediatamente lo designó jefe de la artillería del Ejército de los Andes.
San Martín, planeó la marcha de la expedición para 1817. El tiempo jugó en contra de aquel fraile, quien trabajó arduamente en la fabricación de cañones, fusiles, municiones y uniformes. También inventó aparejos que hicieron posible llevar los cañones a través de las montañas. Desde aquella gloriosa campaña libertadora, se lo consideró a Fray Luis Beltrán uno de los artífices de la gesta sanmartiniana. El fraile desarrolló todo su ingenio: inventó herramientas improvisando como un verdadero matemático, físico, químico, artillero, pirotécnico, carpintero, relojero, herrero y por momentos hasta médico. Fundió cañones, balas, granadas, utilizando el metal de las campanas que descolgó de las torres, por medio de aparatos que diseño él mismo. A partir de entonces, las victorias se asentaron en esas fundiciones de Beltrán, que optó por las armas para asegurar la independencia.
La correspondencia entre San Martín y Pueyrredón evidencia las dificultades que se estaban atravesando; en una oportunidad el Director Supremo dijo al Libertador, “van hoy por correo, en un cajoncito, los dos únicos clarines que se han encontrado, no hay monturas, no hay más herramientas, no hay más sogas”. Pero ahí están los trescientos artesanos guiados por el capellán Beltrán, vertebrando andamios de escalamiento y generando ingeniosas poleas para bajar las campanas, cuyos badajos se convertirán en metrallas. “Todos los metales pasan por las fraguas de Beltrán para convertirse en cañones, balas, cureñas y sables, mientras en los cuernos de los yunques madrugadores comienzan a redondearse las 36000 herraduras que necesita el jefe del ejército…”
Su aporte a la causa americana siguió en Perú, a las órdenes de Simón Bolívar; a partir de aquí los episodios son muy confusos, y las discrepancias del fraile con Bolívar lo traen de vuelta a Buenos Aires el 17 de junio de 1825. De regreso a su país, pidió su retiro para volver al Convento.
Después de más de diez años de servicios en las filas patriotas, falleció en 1827, injustamente pobre y olvidado.
Fuente: CRISTINA PIANTANIDA – LOS MALDITOS – VOL. III – Pág. 410. Ediciones Madres de Plaza de Mayo