Malvinas: la unidad latinoamericana y las paradojas de la historia – Por Laura Gastaldi

Aunque no se lo admita abiertamente, la guerra de Malvinas es, para buena parte de nuestra opinión ilustrada, una vergüenza. Un episodio despreciable, promovido por un militar borracho y sostenido por un pueblo inconsciente que llenó la Plaza de Mayo. Hay argentinos que aun sostienen una posición muy negativa sobre la guerra de 1982 y persisten en interpretarla como un intento de la dictadura criminal de salvarse de su terrible gestión. Esta perspectiva fue reforzada con los argumentos humanitarios de lástima para con los combatientes: “jóvenes soldados víctimas de la dictadura”,  la imagen de los “chicos de la guerra”, una generación de “antihéroes” empujada al matadero o al suicidio. Con el tiempo y la difusión continua de estas ideas fuerza, la visión de que era imposible ganarle a un ejército  tan poderoso como el inglés, se expandió en gran parte de la opinión pública.

La desmalvinización que sobrevino luego de la guerra, responde a la colonización cultural que busca disciplinar a los pueblos para que convivan en armonía con su condición de subordinados. En consecuencia, persiguió como objetivo económico-político la inserción de la Argentina en el nuevo orden mundial del capitalismo financiero surgido luego de la caída de la URSS. De este modo, la desmalvinización declama que no podemos enfrentarnos más a nuestros amos, pretendiendo también sentar un antecedente ejemplificador para toda la región.

En un país dependiente, cualquier gobierno, por las razones que fuera, que se coloque en frente del imperialismo en un tema de importancia estratégica, es lógico que reciba el apoyo de las fuerzas nacional populares. Se lo debe apoyar sosteniendo la esperanza de que ese movimiento impulsará hacia adelante, si se lo fogonea desde abajo, un mayor compromiso por la causa nacional. Ese mismo fenómeno podría perforar la superestructura reaccionaria que lo condujo involuntariamente. Sino sucedió así fue por la traición de los generales en junio de 1982 y por la desmalvinización consiguiente que llevaron adelante todos los gobiernos desde 1983 en adelante.

Fueron los propios mandos militares los que comenzaron la campaña de desmalvinizacion en la sociedad argentina. Pronto se hizo evidente que en el seno del gobierno militar había figuras que se oponían al emprendimiento y que estaban dispuestas a sabotearlo. El ministro de Economía Roberto Alemann y los jefes militares de mayor rango, como Cristino Nicolaides, abominaban la ruptura consumada con la alianza atlántica. El operativo derrotista que tuvo lugar con la visita del Papa Juan Pablo II dieron pie para un golpe interno que acabó con el incómodo significado de una guerra que iba en contra de todo lo que el proceso militar había representado. El primero y más doloroso acto de la desmalvinización fue el lugar al que colocaron a los soldados que volvían de las islas ante el pueblo argentino. Los obligaron a volver con la cabeza gacha. La Junta los escondió y licenció en cuanto se pudo.

Como consecuencia de perder la guerra, el imperio se disponía así, a través de sus agentes militares y civiles, a librar la batalla decisiva, que no se daba ya en las islas, sino en la cabeza de los argentinos. La idea de la derrota inevitable. En este contexto y respondiendo a esa necesidad histórica, surge el gobierno de Alfonsín. Restaurando un nuevo orden social: la democracia colonial. El conjunto de los partidos fundamentaron y profundizaron esa desmalvinizacion, demonizando la heroica recuperación de nuestro territorio, en el afán servil de hacerse perdonar por las grandes potencias imperialistas, por haberse atrevido a enfrentarlas.

El progresismo no ha podido ni querido lidiar con la complejidad dialéctica del problema de Malvinas. Aunque la nieguen, la desmalvinización fue –y es todavía- un factor que cuenta mucho para los intelectuales progresistas. El leit motiv de filmes como “Los chicos de la guerra” o “Iluminados por el fuego” fue la victimización de los combatientes, reducidos a marionetas en manos de una oficialidad embrutecida. La misma ecuación ha definido, a posteriori, la apreciación de Malvinas para gran parte del arco político y periodístico que se dice de izquierda. Esto es grave.

Se construye así una falsa contradicción que es necesario superar: victimas vs represores (sin intentar desconocer los crímenes y abusos cometidos por los oficiales contra sus propios combatientes), frente a la  contradicción principal que nos atraviesa desde la constitución de nuestra patria: Nación semicolonial vs imperialismo y sus clases nativas aliadas. Esta falsa contradicción, ignora que la lucha de clases atraviesa también a las  FFAA y contribuye a disimular la opresión imperialista en beneficio de una apariencia pseudodemocrática.

¿Con quiénes se enfrentaron los soldados argentinos en Malvinas? ¿Con la fuerza colonial británica o con la dictadura militar? Y aquí la trampa está en atribuir a la recuperación de las islas el mismo carácter que a la dictadura siniestra, para luego concluir que si la dictadura es el mal, la gesta de Malvinas también debe serlo. De esta manera se ignora dolosamente que la progresividad histórica de una causa no siempre depende de quienes la encabezan, sino de su naturaleza intrínseca. La guerra de Malvinas fue en contra de todo lo que la dictadura había representado, defendido y actuado. Esta contradicción es el tipo de paradoja ante la cual la intelligentia progresista de los países dependientes suele quedarse sin habla.

Lo fundamental de esta consideración es la idea de que se trató de una batalla  destinada a la derrota. Nos preguntamos entonces: ¿Estaba la guerra condenada de antemano a una derrota? De ser así, el poder anularía la historia. De ser así, la gesta de San Martín y Bolívar frente al gran ejército de una potencia imperialista nunca debió haber ocurrido. Es una insensatez propia de la moral del esclavo que se somete al poderoso afirmar que de ninguna manera podía ganarse. Por caso, Malvinas les significo a los Ingleses el mayor número de bajas desde la segunda guerra mundial, necesitaron de la colaboración norteamericana ante la inminencia de perder. Sin explayarnos en un tema que requiere un análisis mucho más profundo, solo mencionaremos que en realidad la victoria de Malvinas solo podía lograrse profundizando el proceso de liberación nacional. Ni Galtieri, ni quienes sostenían a la dictadura, podían provocar tal cosa. Pero involuntariamente abrieron la puerta a esa evolución.

Los efectivos argentinos –aéreos, navales y militares- dieron lo mejor de sí. Pese a la conducta incompetente, errática y renunciataria de los comandantes de la Junta, la guerra o al menos la batalla por Malvinas estuvo a punto de ser ganada. Numerosos comentarios provenientes de especialistas en Inglaterra y Estados Unidos así lo afirman. Paul Kennedy, el historiador estadounidense, llegó a decir que, sin el paraguas de la OTAN y el apoyo norteamericano en logística y en inteligencia, el resultado del conflicto podría haber sido muy diferente. De hecho, más de la mitad de las unidades navales que componían la Task Force fueron hundidas o averiadas, y las posiciones en tierra fueron duramente disputadas. Enfrentados al horror de la guerra, los combatientes de Malvinas no fueron simples víctimas sino patriotas determinados en el cumplimiento de su deber.

Paradojas de la historia. La dictadura de la oligarquía frente al enemigo real

Entonces nos encontramos ante la  aparente contradicción de que una guerra justa y soberana fue conducida por un gobierno entreguista, cipayo y aliado natural de nuestros amos imperiales.

¿Cómo se llegó a esa situación entonces?  Esa guerra no había sido planeada ni decidida por los argentinos, sino por un grupo de militares usurpadores que,  dos días atrás, habían reprimido a miles de manifestantes en la Plaza de Mayo. Y para ser más precisos, tampoco fueron ellos quienes decidieron la guerra. Basta leer en los registros del día a día de los acontecimientos en las semanas previas al 2 de abril, ocurridos en las Georgias, para que queden en evidencia que las provocaciones y las “declaraciones de guerra” vinieron desde Inglaterra y no a la inversa.

El año de la guerra se dio en un contexto global muy peculiar. Estados Unidos de Ronald Reagan, estaba lanzando un ambicioso programa de reajuste económico y rearme. La URSS estaba en decadencia: su economía estaba estancada. En Gran Bretaña, Margaret Thatcher había iniciado un programa de privatizaciones y ajuste neoliberal de la economía, programa profundamente impopular, pero que la configuraba como el referente trasatlántico de la Escuela de Chicago y la mejor aliada de los tecnócratas del Departamento del Tesoro de Estados Unidos.

Aquí, ya entrando en los ’80, se hacía evidente que era hora de reemplazar a la dictadura por gobiernos más respetables que continuasen las políticas económicas inauguradas por esta. Ya con el terreno allanado, habiendo combatido y asesinado a gran parte del poder obrero y militante, había que encontrar un recurso para sacarla del medio.

Esa expectativa imperial coincidía con el hartazgo de la ciudadanía argentina ante el carácter impopular de la Junta. Fue aquí donde los imponderables de la historia produjeron una de esas conjunciones explosivas que de pronto arrojan todo por el aire y abren perspectivas inimaginables.

Pero cuando quedó claro quién era el enemigo y con quién se estaba peleando, fue el pueblo argentino quien llenó la Plaza de Mayo para sostener la causa que se desataba en Malvinas, con la convicción de que era una causa justa y que el deber de ciudadanos era cerrar filas para lograr el triunfo de nuestras armas. Puesto que ello significaba un triunfo patriótico. Quizás, el pronunciamiento más lúcido  en este sentido haya sido el comunicado de la CGT de Saúl Ubaldini que, luego de haberse movilizado contra el gobierno el 30 de marzo de 1982 y de recibir una de las represiones  más violentas de entonces, volvió a manifestarse el 3 de abril, esta vez exigiendo el respeto simultáneo a la soberanía nacional en Malvinas y a la soberanía popular en el continente. Esas expresiones abrieron un espacio impensado para la política, gracias a que el aluvión popular supo conquistar para sí todo el espacio público disponible.

Con  la convocatoria que reincorporó a los cuarteles a la clase 62 que ya había sido dada de baja de su conscripción, por ejemplo, no se registró la deserción de ningún integrante en todo el país. Esto pone en tela de juicio el mecánico “nos llevaron”, de la desmalvinización. Se presentaron todos los soldados conscriptos, sin excepciones, incluso antes de haber recibido el telegrama. En las cárceles de la dictadura, grupos de presos políticos decidieron ofrecerse para combatir junto a los soldados argentinos. La presentación espontánea de voluntarios para combatir no sólo se dio en el país, también ante las embajadas del Perú, de Panamá, de Cuba, de Venezuela.

¿A que dio lugar la guerra de Malvinas? La presión de los hechos desveló la realidad de forma brutal. La visita del canciller Nicanor Costa Méndez a Fidel Castro representó esta “ironía hegeliana de la historia” que de pronto revelaba cuál era el verdadero lugar que Argentina debía tener en el concierto mundial.

Cuando el 2 de abril de 1982, las fuerzas militares argentinas toman posesión de los territorios de las Islas Malvinas, Georgia y Sandwich del Sur, de inmediato, la Casa Blanca y el Departamento de Estado inician una ofensiva de diplomacia  a cargo general Alexander Haig, quien viaja varias veces entre Londres y Buenos Aires, hasta dar por concluidos sus intentos de paz. El Reino Unido, aunque ninguno de los dos países declaró la guerra al otro, envió su flota a recuperar las Islas. Luego, naturalmente, Estados Unidos abandona su neutralidad y se alía con Gran Bretaña y la OTAN cuya jefatura máxima el propio Haig había ejercido. En ese marco, apenas dos días después de la ocupación militar, a petición de Gran Bretaña, se reunía con urgencia el Consejo de Seguridad de la ONU.

La resolución 502 adoptada por este organismo fue contraria a los propósitos argentinos. En el acuerdo se condena la acción y se exige el retiro inmediato de las tropas. Éste, quizás, no fue el golpe más duro y sorprendente para Galtieri y sus generales, como sí lo fue la conducta de Estados Unidos de pleno respaldo a la moción propuesta por su principal aliado europeo en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Los generales planificadores argentinos habrían estimado, la probable respuesta favorable estadounidense a partir de sus excelentes relaciones con ellos en las últimas décadas. Al mismo tiempo que desestimaron la correlación internacional de fuerzas políticas y militares dadas a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial y el orden bipolar que ella creó, luego del acuerdo de Yalta. Eran aún los tiempos de la Guerra Fría. En este tablero universal, los generales argentinos extraviaron su posición. Su formación les impedía entender la esencia imperialista de la política exterior de Estados Unidos, del mismo modo que tampoco les permitía avizorar el carácter antinacional de la oligarquía cuyos intereses defendían ciegamente a costa de su encarcelamiento, inclusive.

Entonces, esta guerra no encaja en ningún patrón de conflicto de los que hasta entonces habían afectado a la región. No responde a un tipo de conflicto Este-Oeste, pero tampoco, dadas las características del régimen autoritario argentino, se inscribiría en un tipo de conflicto Norte-Sur. Fue así, la única guerra convencional, desde la posguerra, entre un país  del tercer mundo y una potencia europea occidental, y tiene como resultado la inducción a la crisis  entre los esquemas de seguridad colectiva occidentales. Tanto  del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) como de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), obligando a Estados Unidos, en su calidad de potencia hegemónica de la región, a optar por prioridades radicales entre socios asimétricos (eligiendo al más poderoso y tradicional). “¿Qué importa el TIAR?”, dijo  el entonces secretario de Defensa de Estados Unidos Gaspar Weimberger. “Las obligaciones son con la OTAN, es más importante Europa que el TIAR. Gran Bretaña con las Malvinas dará total control sobre el continente latinoamericano”, razonó el funcionario norteamericano.  Quedando así en evidencia que El TIAR había sido hasta entonces solo un instrumento de legitimación de la intervención unilateral de los Estados Unidos en América Latina.

Esta situación, que podría describir aspectos del funcionamiento del sistema internacional, contrasta con el apoyo que se da en la región a la situación argentina que, más allá de algunos cambios de posición, mantuvieron su respaldo al reclamo de nuestro país. De esta manera Malvinas es una causa que, iniciada unilateral e inconsultamente, se convirtió en causa nacional latinoamericana, quizás la primera causa nacional latinoamericana. La única que es capaz de encolumnar al conjunto de nuestros pueblos y nuestros países con un enemigo claro, un enemigo extraterritorial. Un enemigo que ha sido el tradicional enemigo de nuestro continente y el causante de nuestra balcanización y de nuestras divisiones.

El legítimo sentimiento patriótico que provoco en los argentinos la recuperación de las Islas fue suficiente para unificar a todo un pueblo tras esta guerra justa conducida por dictadores antidemocráticos, responsables de torturas y de decenas de miles de desaparecidos. De igual manera, e independientemente al heroísmo de pilotos, marinos y soldados, es imprescindible considerar en la derrota la demostrada incapacidad de los conductores y oficiales en la preparación, planificación, aseguramiento multilateral, organización y realización de los combates. Su eficacia en la “guerra contrainsurgente” (exterminio de grupos foquistas pequeño burgueses, trabajadores organizados y militantes populares) y en el terrorismo desplegado contra el propio pueblo Argentino, les brindó cierta suficiencia en la apreciación y evaluación de sus propias capacidades, falencia que quedaría en dramática evidencia, ante la magnitud y carácter de los combates contra las fuerzas invasoras profesionales británicas.

La recuperación de Malvinas será imposible si nuestra situación es débil, si nuestras industrias básicas y de defensa no prosperan y si los prejuicios culturales y pedagógicos no son removidos desde los cimientos. La reconstrucción de nuestro poder nacional, condición sine qua non para la recuperación de las Malvinas, lleva implícita, necesariamente, la reconstrucción de nuestro ejército (formado militarmente, en valores nacionales y humanitarios), de una industria de defensa, el refuerzo de nuestra industria de vanguardia, que va desde el apoyo al desarrollo de la energía nuclear hasta el desarrollo propio de las comunicaciones  modernas y los desarrollos informáticos más complejos, cosas de las cuales, sin duda, sin duda, somos capaces si la decisión política se encamina a lograrlas.

Entonces, debatir Malvinas supone debatir el carácter de quienes han de protagonizar la lucha por la liberación latinoamericana. Esta gesta nos demuestra que solo las clases populares y sus organismos representativos, junto a la pequeña burguesía  movilizada políticamente en defensa del interés nacional, son capaces de proveer un respaldo consciente.

Por Laura Gastaldi. Médica especialista en Medicina Interna. Auditora médica en Obra Social Sindical. Referente de Patria y Pueblo – Izquierda Nacional.

1 comentario

  1. Sra. Laura Gastaldi, excelente su nota, como Veterano de Guerra de Malvinas le agradezco profundamente su análisis y valentía. A su entera disposición.
    Me agradaría mucho poder contactarme con Ud.
    Nuevamente Muchas…Muchísimas Gracias por su nota.

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