Recordamos una excelente carta de Norberto Galasso* a Fito Paez:
Estimado Fito: Comprendo tu reacción, tu bronca, tu explosión en caliente, propia de un artista. Pero así como la comprendo no la comparto. No me da ese asco ese 47 por ciento de votos macristas. Me da pena.
En todas las grandes ciudades de América Latina y de cualquier otro país dependiente, las minorías privilegiadas utilizan todo su poder para dominar a los sectores medios, para ponerlos de su lado, para infundirle falsedades. Arturo Jauretche lo llamaba la «colonización pedagógica». Igual que a vos le provocaba grandes broncas, pero distinguió entre los promotores de la mentira y los engañados. Quizás los primeros le dieron asco igual que a vos, los otros le daban pena y trataba de desazonzarlos.
El fenómeno es semejante en Buenos Aires, como en Lima o Guayaquil y otras grandes ciudades. Hay que disputar la influencia sobre los sectores medios y destruir los mitos con los que quieren dominarlos.
Desde los letreros de las calles y los nombres de los negocios (bastar darse una vuelta por la Av. Santa Fe), desde los cartelitos de las plazas y las estatuas de los supuestos próceres, desde las grandes editoriales y los «libros de moda», convertidos en best sellers por los comentarios pagos, desde la prédica liberal en Economía y la prédica mitrista en Historia, desde las geografías exóticas y los literatos que cultivan la evasión y lo fantástico, desde la TV farandulizada y superficial, con mesas redondas de bajísimo nivel político alentada por los dueños del privilegio, desde gran parte de los periodistas vendidos al mejor postor, y académicos y catedráticos tramposos, todo ese mundo domina el cerebro de amplios sectores medios que se suponen cultos, se suponen radicalmente superiores a los «oscuramente pigmentados», se suponen ejemplo de moral (aunque evaden impuestos, se roban ceniceros de los bares y toallas de los hoteles). Sobre ellos recae también la literatura que Franz Fannon llamaba de «los maestros desorientadores». Vos los conocés, los Marcos Aguinis, los Asís, los Kovaddloff, y las peroratas con latines de aquel viejo comando civil que se llama Mariano Grondona y tantos otros.
Pobre gente, Fito. Con todo eso que le tiran encima a la clase media, una buena parte de ella termina votando a Macri. Están presos de un engaño enorme: creen que Macri gestiona (cosa que hace mal o simplemente no hace) y que Macri no tiene ideología (la tiene y bien de derecha). Por otra parte fue el responsable del contrabando de autos cuando dirigía empresas de su padre, además de las escuchas telefónicas, eliminación de becas y subsidios escolares, negociados con empresas constructoras (única explicación de las bicisendas), lo mismo que su molestia porque los hospitales de la ciudad atiendan a gente «morocha» del conurbano bonaerense.
Se trata además, que cierta parte de la clase media vive su pequeña vida: asegurarse las vacaciones para el verano, lavar el auto los domingos con más ternura que la que le dedica a la esposa, han mejorado su nivel de vida con los Kirchner y no quieren olas, que nada cambie y creen que algo habrá hecho Macri para esa mejoría que tuvieron. No les importa que el hospital público no funcione porque tienen medicina prepaga y han sido formados en el individualismo. No les importa que en el Borda se mueran de frío porque tienen estufas de tiro balanceado, no les importa que en las escuelas públicas falten materiales porque sus hijos van a escuelas privadas donde, como «el cliente siempre tiene razón», aprueban. Además, creen en el dios Mercado -no obstante que el mercado libre del menemismo a muchos los dejó deteriorados o fundidos- pero no comprenden a los sindicalistas y les eriza la piel cuando lo ven a Moyano. Y bueno, son así, Fito. ¿Qué le vas a hacer? Lo que no justifica su asco sino en un momento de bronca.
En la vida es necesario a veces tener asco y tener odio también. Eso me lo enseñó el confesor de Eva Perón, el sacerdote Hernán Benítez. Me decía: «Mire m`hijo. Hay que odiar. Hay que odiar a todos los que frustraron el país, lo entregaron, provocaron miseria y represión. Yo, todas las mañanas, me doy un baño, me tomo una taza de café caliente y después me siento en mi sillón y odio»… Yo me asombraba y le decía: «Pero, Padre, usted es un cristiano…» Y él seguía: «Sí, odio, (no asco, Fito). Odio a la oligarquía (ya lo dijo también ese talento que es Leonardo Favio en una canción), odio a Bernardo Neustadt, odio al almirante Rojas… Sabe después que bien me siento para el resto del día». Así hablaba un cristiano de la Teología de la Liberación. Por eso no hay que confundir al enemigo, Fito. Si hay que tener asco, tengámoslos a los responsables del aparato mediático y cultural, los que tergiversaron la Historia y la economía, los que robaron la capacidad de razonar a muchos compatriotas, no a éstos.
A estos hay que convencerlos. Con la modestia que usaba Jauretche: Usted tiene que avivarse (…). Se lo aconsejo yo -decía-, que no me creo un vivo, sino apenas «un gil avivado». Hay que ganarlos, Fito. No ratificarles que pertenecen al bando del privilegio donde está la Sociedad Rural (¿cuándo vieron una vaca esos que votaron a Macri? ¿qué saben de la renta agraria diferencial?), y decirles cómo operan las grandes multinacionales y ciertas embajadas y las corporaciones mediáticas.
Los necesitamos, Fito. Comprendo tu bronca, la de un artista; Comprendeme a mí, desde la historia y la política. Te mando un fuerte abrazo.(…)
*Corriente Política Enrique Santos Discépolo
Está claro que ni siquiera Galasso (mi respeto) veía la dimensión política de la cuestión elecciones en CABA, ya que equivocaba su apreciación sobre Moyano, por ejemplo. Pero más allá de lealtades y traiciones, está la aceptación del concepto que lleva a considerar la existencia de la llamada «clase media» como una certeza y verdad incuestionable. Pues bien, NO existe la clase media. Y no es un planteo filosófico marxista ni de ningún otro que adscribiera sus lineamientos, aunque alguno lo hubiera tratado, es una cuestión de sentido común darse cuenta que tener una remuneración mayor por compensamiento del trabajo realizado, con el cual acceder a nuevos y o más cómodos bienes y servicios, no lo aleja de la condición de ser asalariado, de tener que aportar su esfuerzo personal -trabajo- para obtener dinero a din de satisfacerse sus necesidades. Quienes no deben pasar por ese estado, sea porque viven de la renta que sus mayores ya robaron y hoy les permiten obtener dinero sin esfuerzo por medio, sea porque están en el sistema político que paga por haber sido electo sin exigencia -real- de brindar compensación alguna, incluso luego de dejar sus cargos, o por la razón que fuere, son los únicos que pueden no ser ingresados a las mayoritaria casta de asalariados o «clase trabajadora» -incluidos monotributistas de verdad, ya que sin su esfuerzo personal no tendrían ingresos-. Es decir que existen dos clases en toda sociedad: los que trabajan para obtener el dinero a fin de cubrir sus necesidades y los que no lo hacen y obtienen igual ese dinero. La cuantía de ese ingreso y las posibilidades que ofrecen los diferentes niveles de ingresos no alcanza para segregar la población en más que esas dos clases sociales. La segmentación será útil en términos de ventas, en cuestiones políticas se utiliza cada vez esas técnicas de marketing para lograr «vender» algo que no necesitaba a quien no sabía que ni siquiera existía, pero termina comprándolo. No se construye política con esos parámetros y no es acertado intentar hacerlo porque es un espacio con muy buena lógica y desarrollo imaginativo para vender lo que sea. Es el cambio de paradigma el eje por donde debe instalarse cualquier planteo que intente contrarrestar el accionar mercantil de las políticas neoliberales. Con indicarles a los habitantes de CABA que el hospital cercano no tiene insumos o la escuela pública no tiene calefacción, no va a obtenerse el objetivo que requiere cambiarse: participación ciudadana directa en las decisiones de gestión pública. Y para ello se requieren «representantes» de la ciudadanía que se opongan a las decisiones y gestiones que no devengan de esa participación vecinal, organizada, facilitada tanto por la Constitución de la CABA como por la Ley Orgánica de las Comunas, las cuales tienen plasmadas las formas de democracia participativa y directa para cada una de las cuestiones que hacen a la vida en sociedad de ese distrito. Un punto inicial para ese cambio sería que se eliminen todas las subvenciones a las escuelas que no sean 100% públicas ni compensaciones a las estructuras de salud que no sean 100% públicas ni se permitan actividades de las fuerzas de seguridad que se destinen a protecciones privadas y que cada obra pública sea establecida por los vecinos y controlada por ellos. Quizás, quitando esos mal llamados «beneficios» que en realidad terminan siendo privilegios porque ‘pueden pagar’, nos encontremos con ciudadanos participando de la cosa pública que sí o sí les afecta -si no la moral, al menos el bolsillo-.