Desde hace décadas que los temas referidos a la Defensa Nacional no son de interés para la opinión pública ni para la dirigencia política en general. Este desinterés es producto de la crisis profunda que experimentó el sector tras el desastre político, económico y social de la última dictadura cívico militar 1976-1983, ahondada por la dolorosa derrota en Malvinas. A partir de aquel momento comenzó un largo periodo de decadencia, desmantelamiento y pérdida de capacidades que han llevado a nuestro sistema de Defensa y a nuestras Fuerzas Armadas a un estado crítico muy caro a nuestra Soberanía Nacional y que lamentablemente no ha sido revertido durante nuestro Gobierno. En este sentido, la tragedia ocurrida con el ARA San Juan debe operar como punto de inflexión y como motivo de reflexión profunda para la ciudadanía argentina, pero sobre todo para aquellos que nos inscribimos en el Movimiento Nacional.
La desaparición de 44 marinos argentinos ha conmovido a gran parte del país. Quienes menospreciaron la tragedia bajo el prejuicio de que “los milicos son todos fachos”, demuestran falta de comprensión hacia los temas sensibles a la Soberanía Nacional. Con esta actitud, terminan cayendo en la inhumanidad e insensibilidad que con tanto ímpetu le adjudican a la “derecha”.
Así como la masiva solidaridad popular demostrada con los familiares de los marinos del San Juan es evidencia de que el divorcio entre sociedad y las Fuerzas Armadas no es tal como parece, también la subordinación política castrense a los diversos Gobiernos que se sucedieron luego del último levantamiento carapintada de 1990, es una demostración de su inscripción en el sistema democrático. La identificación del militar de hoy con la de los militares del Proceso es más una interpretación forzada y tendenciosa de ciertos sectores políticos de izquierda y progresistas que un dato de la realidad.
Nada exime de culpabilidades a los sectores castrenses que protagonizaron las tragedias ocurridas en el pasado. No se niega que las Fuerzas Armadas hayan sido utilizadas por las oligarquías nativas como policías internas para resguardar el orden político y económico colonial. De eso no se duda, pero quedarnos en esa sería injusto, además de peligroso. No debemos olvidar que así como las Fuerzas Armadas se han subordinado a las políticas de la oligarquía, también han sido depositarias de las políticas de desarrollo estratégico con orientación nacional. Grandes hombres de nuestra historia que solemos reivindicar constantemente en actos y discursos han sido militares. Recordemos nuestra línea histórica: el General San Martín, el Brigadier General Juan Manuel de Rosas, el Teniente General Juan Domingo Perón. Sin olvidarnos, por supuesto, de patriotas de la talla de Segundo Storni, Pablo Ricchieri, Enrique Mosconi, Juan Ignacio San Martín, Juan Guglielmelli, Hernán Pujato, Domingo Mercante, Luis Dellepiane, José Antonio Oca Balda, etc.
Es vital comprender, además, que un país como el nuestro, con la extensión territorial que presenta (con proyección continental, marítima, insular y antártica), con las inconmensurables riquezas naturales que posee, y con la escasa población con la que cuenta, dejando amplios espacios geográficos importantes desocupados, sin dudas requiere contar con un sistema de Defensa y un instrumento militar acorde con las necesidades estratégicas derivadas de la situación descripta. Todo ello en un mundo cada vez más caliente y en disputa por la apropiación de zonas geográficas estratégicas y de recursos naturales escasos. Urge, de esta forma, que la Defensa Nacional recupere un lugar protagónico en la agenda pública así como que las Fuerzas Armadas dispongan de capacidades materiales y de personal aptas para cumplir con sus misiones.
Quienes todavía discuten la necesidad de los militares, discuten la viabilidad de la independencia nacional conquistada en 1816. Quienes no entienden que una nación libre necesita de Fuerzas Armadas eficaces, son funcionales a aquellos que nos quieren colocar en una situación de apéndices de los centros de poder mundial. No hay proceso de liberación sin el concurso del pueblo organizado y de las Fuerzas Armadas.
En este sentido cabe decir que la Defensa Nacional y las instituciones castrenses no son solamente necesarias para la defensa militar externa del país, sino también son contributivas en múltiples aspectos a un proyecto de país soberano: son contributivas a la política externa, a la integración regional y, particularmente, al desarrollo industrial y científico-tecnológico en áreas clave como la energética, la sidero-metalúrgica, la nuclear, la petro-química que, al mismo tiempo, son punta de lanza para la industria naval, aeronáutica, espacial y de armamentos.
Para finalizar, más allá de qué fue lo que exactamente ocurrió con el ARA San Juan, esperemos que sirva para despabilar a la sociedad y a la dirigencia política, sobre todo a la dirigencia política del Movimiento Nacional y su militancia, sobre la necesidad de volver a debatir sobre la Defensa Nacional y la necesidad de contar con Fuerzas Armadas profesionalizadas y preparadas para cumplir con sus misiones principales.
* Gonzalo Torchio. Sociólogo UNLP
Fuente La Señal Medios
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